lunes, 28 de febrero de 2011

RECIEN CASADA

Autora: Ángeles Hernández Encinas



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Solamente seis meses llevaba Rosario viviendo en el pueblo: desde el día  que se casó con Manuel, a quien en la zona apodaban "El marqués del aire". Se habían instalado en una hermosa casa donde también vivía Jacinta, la madre de su marido, su suegra. Era una mujer muy bella, con cutis nacarado, ojos azules grandes y expresivos y buenas hechuras; de carácter bonancible y pacífico, sonreía a menudo mostrando una dentadura muy blanca y alineada. Sus movimientos pausados imprimían elegancia a su presencia y atraía la atención de los parroquinanos en las pocas ocasiones  que salía de su hogar. Tímida, callada y biempensada, estaba muy contenta por la suerte que le había deparado el destino. 
De momento no tenía muchas amigas, todavía era pronto. Los domingos en misa la  saludaban con cortesía, todos conocían y respetaban a su hombre; algunas vecinas la habían visitado y ofrecido su ayuda y apoyo. No podía quejarse de la hospitalidad de estas gentes, aunque ella aún añoraba todos los afectos dejados en su aldea natal. Allí habían quedado sus padres y sus hermanos, allí también sus amigas y confidentes, compañeras de baños en el arroyo, cantares en la fiesta y devoción en la iglesia, sobre todo en mayo, cuando llenaban el altar de la virgen de calas, margaritas, azucenas, peonías, rosas y claveles, y el olor a la cera de las velas era sustituido por un aroma exuberante que embriagaba los sentidos. Con ellos, la luz de la sierra, el murmullo del agua siempre fluyendo, la flor en primavera y el fruto en verano. Pero su sitio ahora estaba aquí, en este lugar de secano, bien casada, con el hombre que la había elegido, con el que ahora ya compartía además de papeles, cariños y palabras: un hijo de cinco meses que empezaba a moverse dentro de su vientre.

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No podía hacer  mucho en la casa, su suegra acostumbrada a mandar, lo tenía todo organizado y la criada controlaba los oficios. Manuel partía bien de mañana a la finca para regresar al final de la tarde y ella pasaba el día esperándolo; cuando llegaba, lo recibía afectuosa, siempre prudente, el baño preparado, la muda limpia y la cena caliente. Compartían tertulia con Jacinta y se iban temprano a dormir que por la mañana madrugaban temprano.
En los tiempos en los que se desarrolla esta historia, las mujeres se entretenían con “las labores”, nombre genérico utilizado para tareas como tejer, bordar, hacer ganchillo o coser la ropa; a eso dedicaba Rosario la mayor parte del tiempo. Con Jacinta hablaba poco, aún no tenían confianza y además no le gustaba que la mirara con esos aires de superioridad, presumiendo siempre de que era ella quien mejor podía cuidar de Manuel, su Manolito.
Por las mañanas se levantaba con el alba para preparar el desayuno a su hombre. Le costaba muchísimo trabajo, no estaba acostumbrada a tan gran madrugón, pero sentía que era su obligación de buena esposa; además a él le gustaba y disfrutaban juntos de esos momentos en soledad. Mas, cuando Manuel partía a trabajar, le invadía tal somnolencia, que no sabía como hacer para mantenerse despierta. A menudo se le cerraban los ojos sentada en la silla mientras cosía y ,alguna vez ,se atrevió a volver a la cama, calladamente, sin llamar la atención de su suegra que veía la pereza de la nuera con muy malos ojos: Incluso llegó a decírselo de no muy buenas formas, comentando agriamente la blandura de esa nueva generación que ni para estar despiertos servía. 
Después de nacer el niño, más los otros seis que fueron viniendo, Rosario no tuvo ya tiempo ni ganas del descanso matutino de la primera época de su matrimonio. Recuerda la última vez que se permitió tal lujo, aún faltaban unos meses para que fuera madre y el cambio de costumbre no fue ni voluntario ni agradable.

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Una de aquellas mañanas en las que los párpados le pesaban como una losa , después de comprobar que Jacinta no estaba por allí para juzgarla con la mirada, se dejó vencer por la tentación del mullido colchón y, muy quedo, se encaminó de puntillas hacia su alcoba para caer blandamente en los brazos de Morfeo. Un par de horas más tarde se despertó sin esfuerzo, descansada y relajada. No obstante,  no estaba tranquila, un come-come le roía la boca del estómago por una especie de culpa y aprehensión. Se vistió, se acicaló, comprobó en el espejo del palanganero que su cara seguía tan hermosa como siempre y asió la manilla de la puerta para salir con discreción y reintegrarse en las labores de la casa. Sorprendida se dio cuenta de que la manija no respondía, la puerta parecía estar bloqueada y no había manera de que cediera a sus esfuerzos. Con voz queda primero y a gritos después, llamó a su suegra para que le abriera, mas esta , ladina y socarrona, no se dio por enterada; ella misma se había encargado de dar dos vueltas desde fuera, a la llave del dormitorio matrimonial, a fin de que la mujer de su hijo aprendiera de una vez por todas, buenas costumbres. Rosario permaneció encerrada hasta que su esposo regresó del trabajo bien entrada la tarde. Al principio lloró y se desesperó, pero al comprender que estaba “castigada” a pasar allí el resto de la jornada, aprovechó las largas horas para ordenar su ajuar y dormitar de tanto en cuanto. En la soledad del cuarto tuvo  tiempo para reflexionar y  asumir que, con aquella mujer viviendo bajo su mismo techo, más le valía no entrar en guerra frontal pues, por ahora, tenía todas las de perder.
Por la tarde, nada más llegar, Manuel fue informado del episodio por su madre. El hijo estuvo de acuerdo con ella aunque no compartía su irritación ni sus drásticos métodos. Él mismo se encargó de liberar a su esposa con amplia sonrisa y un abrazo. Mas cuando Rosario quejumbrosa, empezó a gimotear acusando a la responsable de su enclaustramiento, su marido mirándola con cariño, le expresó su opinión sobre las virtudes que a una buena, santa y eficiente esposa, deben adornar, haciendo especial hincapié en la diligencia.

29 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho esta historia, describe perfectamente lo que en una época era lo adecuado, lo correcto. Vamos cambiando algunas cosas, qué alegría.

Ángeles Hernández dijo...

Querida Nines:

Otra época, es verdad, y gracias a ellas, anuestra abuelas, hoy nosotrasodemos homenajeaslas desde Internet.

Besos madrugadora. Ya falta menos para contactar. Á.

MA dijo...

Gracias Ángeles por tu relato de recuerdos de antaño.
La brujas de la suegras de ayer y de hoy jaja yo algún día seré también suegra pero moderna jajaja cada uno en su casa y Dios en la de todos.


Gracias mil por tu comentario en mi blog ,tu blog amigo.

Pluma Roja dijo...

Bueno no haber nacido en aquel tiempo. Interesante relato.

Un fuerte abrazo.

Fernando dijo...

Querida Angeles: ¡qué tiempos aquellos! Menos mal que tenían lo que se llamaban "labores". La historia está muy bien ecrita y creo que el aburrimiemto de esas mujeres debía ser terrible. Destaca ese sentimiento de las viudas de no querer perder terreno ante sus hijos. ¿qué otra cosa les quedaba a las pobres? Dentro de mis "labores", en estos momentos más críticos de mi salud, me queda la lectura de tus bonitas historias. Si no fuera por eso haría lo que tu protagonista, meterme en la cama y dormir. Un fuerte abrazo.

Cayetano dijo...

Pues lo lleva claro la pobre. El marido ha sido abducido por su madre, la auténtica reina de la casa. Apañada está.
Conozco algún caso de madres protectoras de sus vástagos que no les importa arruinar matrimonios ajenos, metiéndose en asuntos que sólo conciernen a la pareja.
Un saludo.

emejota dijo...

Mira tu por donde, ahora mismo me vuelvo a la cama a dormir un poquito más. Y eso que soy suegra y abuela. Ja,ja, ya ves, el mundo al revés.
Muy bien escrito este relato, me ha gustado mucho. Un fuerte abrazo.

Narci M. Ventanas dijo...

Pero que brujas que eran las suegras, y que calzonazos los hijos ¿Seguirá ocurriendo así?

Magnífica prosa, Ángeles.

Besos

Isolda Wagner dijo...

Muy buena la historia, querida Ángeles y bien contada. Sólo que me revuelve las tripas. Haría como emejota, a la cama de nuevo y las suegras en su casa, jaja...
Besos siempre para ti.

mariajesusparadela dijo...

Si las mujeres nos ayudásemos una a otras, en vez de "competir", otro gallo nos cantara.
Aquí hay un refrán :"el casado, casa quiere".
Hermosa historia, para una persona con cara de buena gente.

Fiaris dijo...

Como cambian los tiempos!!!
abrazo.

Mercedes Pinto dijo...

No sabes lo que me he identificado con el texto que nos has traído en esta ocasión; yo también fui joven y tuve una suegra. Aunque la mía era mucho más comprensiva y sabia. Es muy duro salir de tu casa, casi una niña, y tener que adaptarte a las costumbres del hogar de tu esposo, siendo siempre observada por la madre de éste. Pero que muy duro. En tu relato lo has expresado a la perfección.
Qué cosas, ahora yo soy suegra y, quién sabe, tal vez también mis nueras piensen que soy algo dura. Espero que no.
Un abrazo para ti y, como siempre, otro para cada uno de los seguidores.

josefina dijo...

Que tiempos aquellos, las suegras eran tremendas.
Me ha gustado el relato.
Un beso

Conchi dijo...

Perfecto el relato amiga, ha hace a una transportarse al tiempo de las abuelas donde la sumisión marital por parte de la mujer estaba presente en todo momento, menos mal que para bién nuestro, la cosa ha cambiado.
Mis felicitaciones por el relato y un abrazo para ti

Alhami dijo...

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....buen relato Á, es una excelente descripción de lo que solía verse en el pasado... La féminas hoy por hoy ya no son lo mismo que relatas... se preparan, se forman, estudian... y tienen capacidad económica independiente.... no obstante, las situaciones conflictivas intra-familiares se siguen viendo lamentablemente... eso no cambia... o más bien empeora...

Saludos amiga, un beso

MORGANA dijo...

Te dejo un regalo en mi blog.
Besos.

Flamenco Rojo dijo...

En el cementerio de San Fernando (Sevilla) hay una lápida que dice: "Aquí descansa ella y en casa descansamos nosotros"...verídico.

Por aquí hay un dicho que no sé si será cierto porque mi madre es una santa y mi suegra tb lo era (QEPD): "Las suegras se inventaron porque el diablo no podía estar en todas partes"...Leyendas urbanas jejeje.

Un abrazo.

José Antonio del Pozo dijo...

Buen relato, Ángeles, documento y análisis a la vez de la "educación" sentimental de una época, con esas suegras como de Hithcock y esos hijos enmadrados.¡Encerrada dentro del encierro de la casa!
Saludos blogueros (y a Mercedes también)

curro dijo...

Amos a ver que la cosa la encauzais siempre a vuestro lado las mujeres. Lo primero que es la suegra de la mujer, y claro ¿Como van a mandar dos mujeres en la misma casa? imposible, le recien llegada quiere hacerse el ama cuando no es nadie. Pero habría que oir a la mujer cuando se trata de su madre, es decir la suegra del marido, esta es toda benebolencia, una gran mujer, que se merece todo y mas buena que el pan que para eso es su madre, a esta no se le puede contradecir, y por supuesto que no manda. Y una mierda, es un demonio con rabo colorao, que quiere que su hijita la atienda a ella antes que al marido, habría que extrangular a la suegra antes de casarse o vivir a mil millas de distancia de semajente engendro. Como he leído a Doña Mercedes, me gustaría ver por un agujero la suegra que es, me dá que tambien lleva rabo. Jejejeje. A todo esto la mia me tiene a pico de rollo, pr la cuenta que le tiene. Un saludo.

Balovega dijo...

Hola de buenas noches...

Pasaba por estos lares y entre a saludarte y leerte, ha sido un placer descansar un ratito en tu bello rincón..

Saludos de bellos sueños

Máximo Cano dijo...

Detras de toda una mujer, por muy buena que sea, se esconde una suegra potencial.

Saludos.

Kurra dijo...

Pobresita, menuda suegra le a caido.
Un beso.

Jose C. dijo...

Parece que algo hemos aprendido en su siglo.

Excelente relato Ángeles.

Un abrazo.

Elena dijo...

Magnífico relato Ángeles. Creo como tú que debemos homenajear a todas esas mujeres gracias a las cuales ha cambiado nuestra situación actual.
Un beso.

Thornton dijo...

Pobre mujer, mira que tener en casa a una competidora, a una gandulona que le ha robado a su hijo del alma, a su Manolito.
Cría hijos para que luego te metan en casa a una extraña.

Un relato muy bien escrito, como otros que ya te he leído. Te felicito.

Hasta hace muy pocos años en el DNI de no pocas mujeres se podía leer: "Profesión: S.L.", se sobreentendía que significaba "Sus labores".

Un abrazo.

Marisol Cragg de Mark dijo...

Una época distinta a la mía.
Por suerte, mi suegra es simpática. Pero vivir el día a día con ella puede llegar a ser agobiante.
Recibe un cordial saludo.

Perfida Canalla dijo...

Pobre Rosario.....la pena es que eran tantas Rosarios por entonces...
Me ha gustado mucho el texto me ha enganchado y me ha dejado con ganas de saber mas.
Por cierto soy Perfida
Un saludo coleguita

Ángeles Hernández dijo...

Queridísimos amigos:

Esta semana no lo he tenido fácil y no he podido responder a vuestrso comentarios como tengo por costumbre.

Gracias a todos por estar aquí y por dedicar vuestro tiemo e ilusiones a lo que sale de esta pluma novata.

Creo que ya va todo mejor y haré todo lo posible por no faltar a esta cita con vosotros, aquí y en vuestra casa.

Un abrazo, agradecido otra vez, y un poco apenado. NO me dejeis ¿vale?.

Para todos Á.

apm dijo...

Caray Angeles, es que según iba leyendo es como si estuviera viendo a mi abuela, que de su Rincón de la Victoria natal se tuvo que marchar al casarse a un pueblecito de la sierra de Córdoba, dejando su mar, su familia, sus amigas, sus verdiales... y viviendo en un caseron con marido y suegra... luego vinieron los hijos: ocho (cuatro y cuatro), y aún podían haber sido nueve pues uno falleció de niño... una vida sin duda agridulce las de las mujeres de aquella época (y en donde del agridulce predominaba más el agri que el dulce).
Fenomenal relato, me ha encantao

Besitos gordotes