"El bufón Calabacillas" . Oleo de Velázquez. Actualmente en el Museo del Prado (Madrid) |
"Dame pan y llámame tonto", dicen en mi pueblo de las Hurdes de Cáceres donde, por falta de alimento, más de uno que apuntaba hechuras de buen mozo no ha conseguido pasar de tierno infante.
Nací maltrecho y deforme, con pocas chichas y menos huesos. En la tierra donde me parieron, un hijo tarado no era cosa extraña ni causa de sufrimiento o desvelos, sino más bien de abandono y escasez de cuidados: tan poco para repartir entre tantas bocas era mejor empleado en quienes más lo pudieran aprovechar. Sobreviví entre la podredumbre y la miseria porque la naturaleza, tan parca en dones para conmigo, me otorgó el arte de ser gracioso y un estómago que daba buena cuenta de todo lo que mis hábiles manos podían capturar, ya fuera animal, vegetal o mineral. A nadie molesté, antes al contrario, supe moverme sin destacar ni dar señales de que mi presencia pudiera causar dispendio alguno; también aprendí a sobrellevar, con risas y gesto agradecido, algún pescozón y muchas patadas.
Nací maltrecho y deforme, con pocas chichas y menos huesos. En la tierra donde me parieron, un hijo tarado no era cosa extraña ni causa de sufrimiento o desvelos, sino más bien de abandono y escasez de cuidados: tan poco para repartir entre tantas bocas era mejor empleado en quienes más lo pudieran aprovechar. Sobreviví entre la podredumbre y la miseria porque la naturaleza, tan parca en dones para conmigo, me otorgó el arte de ser gracioso y un estómago que daba buena cuenta de todo lo que mis hábiles manos podían capturar, ya fuera animal, vegetal o mineral. A nadie molesté, antes al contrario, supe moverme sin destacar ni dar señales de que mi presencia pudiera causar dispendio alguno; también aprendí a sobrellevar, con risas y gesto agradecido, algún pescozón y muchas patadas.
Quiso Dios que el Sr. Duque de Alba, que por la alquería de Calabazas gustaba venir a cazar cuando sus reales se aposentaban en el Palacio que en Coria habitaba de ciento en viento, prestara atención a las mil y una chirigotas y piruetas que desde hacía tiempo le venía dedicando. Hícele gracia y mandó llevarme con él para distracción y jolgorio de las frías y largas noches del lóbrego caserón, ya que era costumbre y daba prestigio a los muy pudientes, exhibir bajo el pomposo nombre de “bufón”, a tarados y lisiados de diverso origen como parte de los trofeos y entretenimientos que les enriquecían.
Mucho hube de moverme y maquinar, como quien no quiere la cosa, para medrar y hacerme necesario entre los múltiples enseres que los Duques consideraban imprescindibles en su ajuar, forzosamente limitado a causa de sus frecuentes desplazamientos y viajes. En la Corte de Madrid el Cardenal D. Fernando de Austria, hermano del rey Nuestro señor D. Felipe Cuarto, me acomodó en su séquito por ser yo alegre, pudoroso y de fácil manejo; era tal mi gracejo que, al poco de llegar, Don Diego el pintor, me hizo un retrato en el que, con un molinillo en la mano, me presenta como alguien “casi” noble y garboso.
Pero no es ése el lienzo que ilustra este escrito, el que me ha inmortalizado y donde ahora podéis contemplarme. Como buscando la luz que desde lo alto me ilumina, os miro arrebujado y encogido, bien cubierto de encajes y terciopelos. Frotando mis manos en gesto sumiso, luzco la mejor de mis sonrisas, desvaída pero amplia, insulsa mas alegre y devota, para hacerme perdonar la incómoda mirada que no logra centrarse y enfoca a la vez hacia poniente y naciente. En frío suelo y no en cómodo sillón estoy sentado; como único ornamento, quizás para no distraer la atención del personaje que soy y represento, ha querido el artista colocar unas calabazas, hermosas, con brillos dorados, que hacen honor a mi apodo y al lugar donde nací.
Yo Juan de Calabazas, al fin Bufón Real del séquito de su Majestad D. Felipe, también llamado “El Bobo de Coria”, soy, por obra y gracia del arte de D. Diego de Velázquez, cuyo pincel supo plasmar mi cara y mi cruz, testigo excepcional de la ruindad humana y fiel reflejo de cómo la fortuna gusta de utilizar intricados caminos para labrar destinos que, ni el más audaz e imaginativo adivino, hubiera podido predecir.
A mi amigo Fernando Visedo, artista, pintor, que hizo llegar a mi casa su versión de este retrato y la consecuente reflexión.
A mi amigo Fernando Visedo, artista, pintor, que hizo llegar a mi casa su versión de este retrato y la consecuente reflexión.