lunes, 28 de junio de 2010

He vuelto


Como ya sabréis, he vuelto. ¿Cómo me alegra comprobar que no me habéis olvidado? Gracias amigos. Aún no he tenido tiempo de preparar una entrada, pero os visitaré mientras tanto.
Un abrazo a todos.

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domingo, 20 de junio de 2010





Queridos amigos, si me echáis de menos, tranquilos, no me pasa nada, me voy unos días a pasear por algún mar del norte y descansar. Probablemente sean las únicas vacaciones que disfrute en varios meses, así que pienso sacarles todo el jugo.



Volveré el lunes 28. Por favor, no me olvidéis.


Os echaré de menos.


Un fuerte abrazo para cada uno.


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miércoles, 16 de junio de 2010

Congreso de escritores hispanoamericano



Con motivo del congreso hispanoamericano de escritores que se ha celebrado en España, orquestado desde Madrid, el pasado lunes 14 nos reunimos en Marbella, en el hotel San Cristóbal, algunos autores de Málaga en un desayuno literario. El tema para nosotros fue "Escribir en la periferia". Después de que cada autor fuese entrevistado para la televisión, comenzó un debate muy animado en el que todos aportamos nuestra opinión y nos llevamos interesante información.
Os dejo el titular y el resumen de los puntos que aporté al debate y a los medios:

PRONTO LAS EDITORIALES SERAN RECORDADAS COMO VIEJAS GLORIAS.

-Creo que escribir es un “oficio de artesanos” que se realiza en solitario, que no requiere más que tu inspiración, concentración, papel y lápiz. Escribimos porque estamos poseídos por una fuerza extraña que nos arrastra a vomitar nuestras ideas sobre el papel. En este proceso intimista no cuenta lo que pasará después, si nuestra obra verá la luz o quedará para siempre en la sombra. Pero ciertamente llega un momento en el que miras tus manuscritos y sientes la necesidad de compartirlos, y aquí entra en juego nuestra vanidad. Entonces comienzan los problemas, vivas en la periferia o en la capital del país.



-En estos momentos con las nuevas tecnologías no hay distancias. En un solo día cualquiera de tus manuscritos puede estar en la bandeja de entrada de 100 editoriales. No creo que vivir en una pequeña población sea un problema para publicar. De hecho, preguntaría a los asistentes si realmente piensan que de vivir en Madrid habrían escrito más, o publicado más. Francamente, creo que no. Otra cosa es que vivir en una gran ciudad te aporte más contactos, más radio de difusión. Pero lo importante es escribir, y hacerlo bien. Me preguntó ¿de qué sirve estar en el meollo si tu obra es insustancial? Podrán comprarte al principio, si estás muy promocionado (cosa complicada, aunque seas vecino de Planeta), pero al final sería como cavar tu propia tumba.


-Repasando las biografías de algunos escritores andaluces de renombre para este encuentro, me he dado cuenta de que la mayoría eran de clase alta, que tuvieron la oportunidad de estudiar fuera y viajar. Pero eran otros tiempos, ahora tenemos internet y el Ave. Tal vez lo que en nuestros días diferencia a un escritor conocido de un anónimo es el simple hecho de ser mediático o no. Escribir un artículo semanal en un diario de tirada nacional es garantía de ventas, ya sabemos que en muchos casos los dueños de periódicos y editoriales son los mismos o muy amigos. Sí, para hacer caja hay que ser mediático, y para ser mediático hay que estar en la pomada; pero esto no te hace mejor escritor, es más, con frecuencia ocurre que terminan siendo escribidores a sueldo, y otras tantas sólo a sueldo.


-Nosotros tenemos suerte, vivimos en un momento histórico en el que podemos publicar y hacernos de lectores incluso sin editor. Internet nos permite divulgar nuestras obras cuanto queramos, ser leídos en otros continentes, llegar al último rincón de la tierra. Yo he tenido la experiencia y es muy gratificante. Aunque claro, no ganas un euro, pero tampoco pierdes, que es lo que suele pasar con la mayoría de las editoriales.


-Pronto el libro electrónico estará presente en la mayoría de los hogares. Descargar cualquier obra que nos interese con total inmediatez ya es un hecho, y a muy bajo coste. Esto va a cambiar los parámetros de edición completamente, y creo que será una gran ventaja para los que no somos mediáticos. Aunque las grandes empresas como Amazón también tienen su mesa de ofertas en la web, y no resultará fácil que nuestras obras sean accesibles al usuario, ya no hablamos de un espacio prohibido como las mesas de novedades de las grandes librerías. La posibilidad de que nuestros libros lleguen a más lectores es más abierta; ya no estarán en los almacenes de las distribuidoras esperando a ser devueltos si haber entrado en librería alguna. Tendremos un escaparate, pequeñito, pero nuestro. A partir de ahí dependerá mucho de nosotros abrir puertas. El papel será historia dentro de pocos años, quedarán pocas librerías, pensadas para nostálgicos y coleccionistas. Ya no tropezaremos con montañas de libros con el mismo título y autor por todos los pasillos de los hipermercados. Tampoco nos haremos ricos, pero tengo la esperanza de que el mundo literario será un poco más justo.


-Añoro aquellos años en los que el autor no tenía que poner su rostro para ser leído, aunque ahora habría que decir vender; la obra se defendía por sí misma. Espero y confío en que vuelvan. Tal vez, en un futuro próximo,asistamos a la firma de libros virtual, en la que el autor podrá estampar su dedicatoria en pijama y zapatillas. Somos creadores de historias, ofrecemos nuestra imaginación, no nuestro cuerpo, no somos modelos, bailarines, cantantes o actores. Nuestra imagen no debería ser un cebo para la compra. Me gusta escribir, no, necesito escribir, pero exponerme como un maniquí me parece un efecto colateral provocado por un mercadeo feroz que no tiene nada que ver con lo que ofrezco. Creo que en este sentido hemos tocado fondo, no pueden perdurar por mucho tiempo los dantescos espectáculos que estamos sufriendo, como la ola de showmans que se están convirtiendo en escritores y vendiendo papel a precio de oro con valor artístico cero. ¿Para esto hay que estar en una gran capital? Prefiero escribir desde mi pueblo y evitar a toda costa tener que desnudarme para vender la obra que ni siquiera he escrito.





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sábado, 12 de junio de 2010

LA ÚLTIMA LUCIÉRNAGA




Tendría… siete años, aunque no podría precisarlo. Era la noche de verano más calurosa que recuerdo. No solían dejarme hasta tan tarde jugando en la calle, pero alguna vez ocurría; era una zona muy tranquila y, obligados por el calor, todos los vecinos estaban en la puerta o en sus balcones; supongo que mis padres también y al ver tal alboroto de niños por los alrededores, disfrutando bajo la intensa luna… Por una vez. Jugábamos al escondite en el labrantío rodeado de olivos donde desembocaba la calle de mi infancia. Recuerdo que la tierra estaba seca, pero recién labrada, muy tierna y fresca a pesar de la sofocante noche; todavía puedo sentir la agradable sensación de mis pies descalzos hundiéndose entre los terrones que se deshacían como algodones. Uno, dos, tres, cuatro… “¡Corre Chica (siempre me llamaron Chica, porque era la más chica de las hermanas, y supongo que porque Mercedes me venía demasiado grande), corre!”, me decía a mí misma con más fe que aptitudes; esta vez no me encontrarían a la primera. Me escondí detrás del tronco de una vieja higuera bastante alejada del lugar de juego, por primera vez, había conseguido llegar más lejos que los demás; me sorprendió lo bien que se me daba correr por tierra batida. Hubo de pasar largo rato hasta que me encontraron y, mientras tanto, fijé la vista en el suelo. La luna jugaba entre las hojas de la higuera y dibujaba caprichosas formas azules en los secos matorrales que rodeaban el tronco. Así la encontré. Era muy pequeña, pero intensa. ¡Era increíble! ¡Una luz que se movía! Y no estaba enchufada ni tenía pilas. ¡Estaba viva! Mirándola pensé que había encontrado la prueba de que todo era posible: hadas, elfos, duendes… Si tenía alguna duda de que existieran, desapareció; tenía ante mí una de esas criaturas mágicas. La cogí con mucho primor y la puse en la palma de mi mano, sin dejar de mirarla. Si se apagaba…



-Me voy a mi casa –dije al pasar junto a mis amigos, caminando despacio, con una mano sobre la otra, ocultando mi secreto, casi temblando.


-¿Ya te ha llamado tu madre? No la hemos oído –dijo mi muy mejor amiga en aquel momento.


-No.


-Quédate, vamos a jugar al Pilla-pilla.


-Es que me hago pipí.


-¡Ah! Vale. Hasta mañana.


-Mañana me voy con mis abuelos.


-¡Ah! Vale. Adiós Chica.


-Adiós.


Abrí las manos. ¡Uf!, menos mal, todavía estaba encendida. Ya en casa, busqué una caja de cerillas en la cocina, la vacié, di las buenas noches a mis padres y me encerré en mi cuarto. No sé a qué hora me quedé dormida, sólo recuerdo que jamás he estado tanto tiempo mirando un punto fijo. Estaba convencida de que si cerraba los ojos se apagaría. Y así fue: finalmente, poco antes de amanecer, me quedé dormida y, al despertar, algo pequeño, gris y sin vida ocupaba una esquina de la caja de cerillas.


Aquella larga y calurosa noche aprendí muchas cosas importantes: que la vida, como la felicidad, es fugaz; que nada luce con más intensidad que en plena oscuridad; y que algo muy pequeño puede iluminar toda una vida y hacer creer en las cosas bellas para siempre. Fue magia, ya lo creo. Porque al día siguiente, mientras dibujaba distraídamente escuché a mi abuelo comentar una noticia de los informativos:


-Vamos a acabar con todo, mira lo que dicen en la televisión –llamó la atención de mi abuela -, que ya no quedan luciérnagas. Claro, con tantos productos químicos que se le echan a la tierra…


Miré alarmada la pantalla y… ¡Ahí estaba la última luciérnaga! La misma que la noche anterior yo había tenido en mis manos. Yo estaba segura de ello, y aún lo estoy, eso es lo que importa. ¿Existe la magia o no?










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miércoles, 9 de junio de 2010

"SUITE FRANCESA", IMPRESCINDIBLE






Hoy quiero hablaros de alguien muy, muy especial, Iréne Némirovsky. Sé que lo era, especial, digo, porque sé de su vida y, particularmente, porque la he leído. Nació en Kiev en 1903 y murió en Auschwitz en 1942. Hija de un adinerado judío, huyó de Rusia con su familia tras la revolución del 17 para establecerse en París. En 1929, después de que el editor Grasset, que recibió su manuscrito, publicara un anuncio para buscarla (ella no incluyó, por miedo al rechazo, su nombre en el sobre), se editó su primera novela “David Golder”. Este fue el comienzo de la carrera de una de las escritoras de mayor prestigio de Francia. Hasta que el 13 de julio fue detenida por los gendarmes y enviada a Auschwizt donde murió asesinada el 17 de agosto. Gracias a ella, sus dos hijas sobrevivieron escondidas.



Yo la conocí leyendo “Suite francesa”, y quedé cautivada por su maestría literaria y su personalidad. Recomiendo esta novela por mil motivos, entre los que destaco:


• Es un relato en el que la autora, a pesar de narrar los crudos momentos de la ocupación alemana en Francia, huye de sentimentalismos y autocomplacencia.


• Nos da una visión muy realista de cómo fue la huida de los parisinos durante la invasión. No necesita hurgar en la herida para hacer sentir cada drama, cada escena. Irene no quiere hacernos llorar, quiere hacernos comprender. Pero…


• Nos muestra la relación alemanes-franceses con verosimilitud y honestidad. Imaginaos una mujer parisina cuyo marido está en el frente luchando contra los alemanes, enemigos acérrimos, conviviendo en su propio hogar con un joven militar alemán. ¿Qué sentiría? ¿Hasta dónde podría llegar su odio hacia el enemigo teniéndolo en su propia mesa?


• Está escrita con tal dinamismo y maestría que fluyes por sus 472 páginas casi sin respirar.


• Es la historia de sus últimos días, todo vivido en primera persona, lo que da un valor añadido a esta excelente obra.


• Es una obra literaria excepcional de una mujer excepcional.


He leído muchos libros, como la mayoría de vosotros, pero pocos de ellos los he releído y forman parte de mi memoria, Suite Francesa es uno de ellos. Os animo a ponerlo en la lista de los imprescindibles, creo que me lo agradeceréis.







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sábado, 5 de junio de 2010

Perfecto e imperfecta




Este es un texto sacado de "Mi casa de muñecas". Me gustaría que conocierais un poco a Estela.

En el baño confirmó sus sospechas: le esperaban los tres peores días del mes. Aún así, reconoció que no necesariamente era esta circunstancia la culpable de todos sus males; verdaderamente tenía que organizar su vida, y necesitaba arreglarse el pelo, pensó mientras se miraba en el espejo del baño, sentada en la taza. Lucas tenía razón en todo, menos en un detalle muy importante para ella: no fue él quien la dejó, fue al revés.



Recordó aquella tarde con toda claridad, aunque habían pasado quince años. Llevaba tiempo pensándolo, haciéndose la remolona, con la esperanza de que finalmente no fuera necesario. Pero cuando salió del baño, y lo encontró ordenando el cajón de su ropa interior, una ola fría y transparente despejó sus dudas. Y en un impulso lúcido, casi un acto reflejo, necesario para defenderse de ataques inesperados, le habló:


—No puedo seguir así, lo nuestro no funciona.


Se sintió como la protagonista de una novela rosa; jamás pensó que pondría en su boca una frase tan gastada.


—No deberías ducharte con el agua tan caliente, te está afectando al cerebro, además de ser un gasto innecesario —le contestó Lucas sin dejar su tarea de meter bragas y sujetadores, bien doblados, en el cajón.


—¿No me has oído? ¡Deja de una vez mis cajones! Lo último que deseo es que se parezcan a los tuyos! —dijo sorprendiéndose a sí misma.


—Vas a despertar a Daniel.


—Quiero dejarlo Lucas —volvió a insistir, bajando el tono de voz.


—¿A qué viene esto ahora?


—No lo sé, podría darte mil razones, pero ninguna de ellas lo explicaría. Sólo sé que eso es lo que quiero.


—Tú nunca has sabido lo que quieres.


—…


—Levántate de la cama, tienes el albornoz húmedo y la estás mojando —dijo Lucas sin mirarla mientras cerraba el cajón.


—Es mi lado de la cama, joder, ¿qué más te da?


Lo cierto es que Lucas rara vez le había hecho un reproche por su anárquica manera de organizar la casa. Era como si en el fondo estuviese agradecido de que le cediera las tareas y pudiera así demostrar, a ella, al mundo y, sobre todo, a sí mismo, que él lo hacía todo mucho mejor. Tenía su cabeza tan organizada como su entorno: nunca se olvidaba de pagar un recibo, de traer el pan, de pasar la I.T.V, de la hora del biberón de Daniel… Era puntual como el amanecer, para todo: sus citas, su hora de levantarse, de acostarse, de comer, de defecar… Y aún tenía tiempo de hacer deporte, ver sus películas favoritas o comprarle a ella un escogido regalo de cumpleaños. Era exasperadamente perfecto. Cuando quedaban citados para algún asunto burocrático que requería de la firma de los dos, él siempre tenía que esperarla un buen rato. Mientras Lucas estaba a su hora aseado, escrupulosamente peinado, afeitado y con los zapatos relucientes, Estela aparecía tarde y, si no desaliñada, mal vestida para la ocasión, sin olvidar, por supuesto, que sus zapatos no habían sido cepillados desde la última boda. Él la recibía aparentemente tranquilo y comprensivo, controlando la situación, como siempre; y ella se mostraba histérica, exponiendo sus excusas atropelladamente: un atasco, un encuentro casual, un cliente pesado… Todas ciertas.






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martes, 1 de junio de 2010

Algo para compartir


Confieso que pensé "sábado, primer día después de muchos que verdaderamente hace calor y con una suave brisa de levante acariciando la arena de la playita a quinientos metros... No va a venir nadie. Mejor, me muero sólo de imaginarme allí expuesta en la caseta, como un mono de feria". Cuando llegué a la caseta Rayuela, una chica muy agradable me saludó y me mostró mi sitio. Entonces fue cuando de verdad pensé salir corriendo. "Pero quién me mandaría a mí sacar a la luz todo eso", pensé cuando vi aquel montón de libros sobre una mesa plegable y ante un sillón de terraza. No firmaré ni uno. Bueno, son dos horas y a casa". Pero al momento vino una señora de setenta y dos años, Isabel dijo llamarse, muy simpática. Leyó la sinopsis y me preguntó "¿Está bien la novela?". Yo sólo acerté a contestar: "Le va a gustar". ¡Toma allá! ¿De dónde sacaría las fuerzas? Isabel me contó que no podía ni debía gastar ese dinero de su pensión, pero que... Volvió a mirar la portada y le dio la vuelta al libro. "¡Pero si eres tú!", me dijo muy sorprendida al ver de nuevo la fotografía que acompaña la sinopsis de la novela. "Pues mira, me lo voy a llevar, porque si tú, que lo has escrito, dices que me va a gustar". Os prometo que si los libros hubiesen sido míos le habría regalado uno sin pensármelo. Isabel me aseguró que era un talismán y que me daría suerte.
Después vino un señor con dos chicos adolescentes, y firmé; luego una matrimonio extranjero, y firmé; a continuación se acercó una pareja de novios muy simpática, y firmé; más tarde fui sorprendida por un compañero bloguero, Juanjo, y por la bonita flor que acompañó su saludo, al que tuve el honor de conocer en persona, y firmé dos veces (gracias Juanjo, por tanto como has hecho por mí sin apenas conocerme); le siguió un señor mayor, y firmé; a continuación mi hija, y, claro, firmé; luego otro señor; y un conocido, y... Cuando pasaron las dos horas la chica de la caseta me dijo: "No te quejarás, no ha estado nada mal". Miré lo que quedaba del montón de libros y... era verdad. No me dolía para nada la muñeca, pero no había estado nada mal. He tenido mañanas peores. Verdaderamente, Isabel me dio mucha suerte.
Os dejo algunas fotografías.



Firmando



Con nuestro compañero Juanjo, del blog "UNO QUE SIGUE APRENDIENDO A VIVIR"



Ya quedaban menos


Los novios, Dani y Ruth

Otros que esperaban



La última firma, hora de marcharse


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