martes, 31 de mayo de 2011

LÁGRIMAS AMARGAS


Autor: Ángeles Hernández Encinas.

Verónica llegó al hospital acompañada por un hombre de edad indescifrable que decía ser su padre. Era delgado y moreno; a su cara renegrida, poblada por una densa barba, una torva y huidiza mirada le confería un aspecto  siniestro. No parecían muy limpios y despedían un aroma desagradable a juicio de los finos olfatos que los recibieron. Mas, no fue la falta de higiene lo que produjo alarma, sino el grave estado de Verónica que inducía a pensar en un rápido y fatal desenlace. 

La muchacha mostraba la piel grisácea, sin brillo; el rostro anguloso con pómulos salientes y  mejillas hundidas; apenas abría los ojos,  su nivel de conciencia solo le permitía emitir, de vez en cuando, un leve quejido , como si se le escapara la vida por esos breves lamentos. La situación no auguraba un buen pronóstico. Por entre las piernas, largas, delgadas y de idéntico color macilento que el resto del cuerpo, fluía mansamente, sin prisa pero sin pausa, un líquido oscuro, probablemente rojizo, cuyo olor se percibía con un matiz diferente: putrefacto, purulento. Posiblemente una infección grave le estaba minando la poca resistencia que le quedaba.

Gracias a un intérprete se pudo obtener información a cerca de las causas que habrían conducido a Verónica a tan lamentable situación, pues ninguno de los dos hablaba o entendía el idioma del lugar. Según contó el presunto padre con rostro impasible, estaban pasando unos días en España de camping, solos, sin la compañía de madre, hermanos o algún otro pariente. Dijo también que provenían de un país del Este de Europa, que la chiquilla tenía dieciséis años y que había sufrido un aborto tres meses antes del que se había recuperado sin problemas; desconocía por qué motivo desde hacía unos días sangraba copiosamente por vagina y el origen de sus incómodos mareos
Nadie creyò esta versión de los hechos -demasiados silencios y contradicciones- pero fue dada por válida pues urgía actuar; cada minuto gastado en investigaciones no imprescindibles podría ser nefasto.

En un tiempo record Verónica fue intervenida quirúrgicamente. Recibió además una considerable cantidad de sangre y otros fármacos. Se trataba, en efecto, de un embarazo interrumpido de manera abrupta e incompleta ; los restos placentarios retenidos  eran responsables del sangrado y de una grave infección que empezaba a generalizarse. Resultaba a todas luces imposible que llevara muchos días en ese estado. El tamaño del útero correspondía aproximadamente a una gestación de doce semanas
 
A las pocas horas, instalada en una sala de reanimación y vigilancia, no era la misma. El color sonrosado de su piel ya más turgente, los labios húmedos y una discreta y tímida sonrisa de bienestar, hacían patente su linda cara de adolescente, iluminada por dos ojos , ahora sí bien abiertos, grandes, verdes y profundos, que parecían transmitír calma y tranquilidad.

Dicha sala se hallaba separada por un fino tabique de otra similar en la que eran atendidos  los niños nacidos  mediante cesárea. Quiso el azar que en esos mismos instantes llevaran a un bebé procedente del quirófano para ser asistido en sus primeros minutos de vida. El llanto vigoroso del neonato, tras ser estimulado, produjo gran alborozo entre el personal responsable de este tarea. Alguien observó que al ser escuchado por Verónica ese grito de vida, de sus ojos tranquilos brotaron lágrimas amargas, silenciosas y emocionadas; suavemente se fueron deslizando por su bello rostro sin que, ni ella ni nadie, hiciera el más pequeño gesto para enjugarlas.

Estaba sola, el hombre, su acompañante de aspecto siniestro, hacía rato que se había marchado.

lunes, 23 de mayo de 2011

UNA ESPERA TRANQUILA

Hace dos meses, en el blog "La Esfera", Francisco Concepción propuso , bajo el título ¿Qué ves? escribir un texto basado  en la foto que ilustra este post. Me atrevo hoy, a tenor de algunos acontecimientos que en el mundo han ocurrido en las últimas semanas, a publicar en este espacio mi propuesta literaria de entonces.  Asumo que abordo un tema difícil y duro mirado desde un prisma diferente. Solicito benevolencia en sus comentarios. Un saludo a todos de Á.

                                                     UNA ESPERA TRANQUILA



No me ha resultado fácil ataviarme así, cual zorrita incluida en el regalo de cumpleaños que la tarta y los globos anuncian; he llorado al cortar mi hermosa melena y al ponerme esta ropa negra y minúscula, para atraer miradas e intenciones sobre mi piel joven y deseable. Son francamente incómodos los zapatos que elevan mi talla hasta casi convertirme en gigante, pero con las medias a media pierna consiguen, creo yo, un efecto ridículamente atrevido.

Para atravesar la calle sin que a última hora un intenso pudor me hiciera renunciar al plan, he debido cerrar los ojos y correr; correr torpemente como una zancuda, hasta que a la entrada del metro me han entregado el pastel. Por fin aquí estoy, sentada, esperando que llegue el momento, intentando que nada lo enturbie ni lo trunque.

No hay demasiada gente a estas horas en el vagón, por eso soy muy visible y me observan casi todos: abiertamente o con miradas de soslayo en este país en el que nada resulta escandaloso, al menos no una chica semidesnuda. Delante de mí alguien finge leer el periódico, pero siento su respiración entrecortada. A mi izquierda, Mohamed controla el escenario y establece una barrera, mientras sus ojos entreabiertos parecen dormitar. 
Con una mochila o un bolso me habrían impedido el acceso en cualquiera de los controles, pero a nadie se le ha ocurrido sospechar de la putita. Hasta ayer, con chilaba y velada la cabeza, me he sentido despreciada por algunas gentes  de esta tierra. Hoy voy a inmolar mi pudor y mi vida, exhibiendo el cuerpo y llevando la tarta bomba que estallará en tres minutos, por la Yihad.
Lo peor ya ha pasado, me relajo en el asiento y espero el martirio. ¡ Allah es grande!

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Bibliografía: "Nieve" de Orhan Pamuk - Premio Nóbel de literatura de 2006
                    "El atentado" , de Yasmina Khadra.            
                    "Terrorista", de John Updike.

sábado, 21 de mayo de 2011

UN ATAQUE DE NERVIOS


El Grito. E. Munch

Soy psiquiatra y me dedico a escuchar y aliviar el sufrimiento psicológico de mis pacientes. Oigo con gran atención y calma sus demandas y habitualmente con mi “ars medica” consigo muy buenos resultados.

A pesar de la fama de raros que tenemos los de este oficio, mis años de psicoanálisis me han ayudado a conseguir un aceptable equilibrio personal. Solo una manía se empeña en no desaparecer y la he dejado por imposible: detesto planchar. Vamos que el asunto de estirar y plegar el brazo agarrando el asa del hierro caliente para alisar la tela, puede llegar a sacarme de mis casillas. Por eso rara vez llevo camisa: en invierno uso jerseys y en verano abuso de los polos y camisetas de algodón. Así voy tirando sin tener que sufrir ese antipático electrodoméstico.

Me gusta mi trabajo y presto enorme atención, no sólo a lo me cuentan con palabras las personas que en mi confían, sino también a lo que dicen sus miradas, gestos, movimientos, actitudes e incluso sus silencios.

El paciente que vino a verme esta mañana de manera urgente estaba muy enfadado, no hacía falta ser un lince para verlo: Sus ojos brillantes de ira, su boca fruncida en una mueca de rabia, la amplitud y fuerza de sus pisadas que tronaban al chocar con la madera del suelo y una inclinación de la cabeza -barbilla elevada-, que le impedía mirar de frente a su interlocutor, o sea a mí, eran signos indiscutibles de su estado de ánimo.

Después de tomar asiento al otro lado de la mesa, permaneció en silencio unos minutos durante los cuales su respiración nasal, lenta y profunda semejante a un dragón echando humo, era el único sonido del lugar. Tardó en fijar sus ojos en mí. Cuando lo hizo, y antes de que me diera tiempo a pedirle explicaciones sobre la causa de su más que evidente enojo, estalló en una inesperada y sonora carcajada que me dejó boquiabierto.

No tuve necesidad de preguntar nada, mi gesto de sorpresa y mi mirada inquisidora eran tan elocuentes que provocaron su respuesta inmediata:
-Ay doctor, no me puedo creer lo que estoy viendo –logré entender que decía sin parar de reírse convulsamente, tanto con la cara como con el resto de su anatomía -es para partirse. Déjeme que le cuente. Esta mañana, al ponerme la camisa me di cuenta de que estaba mal planchada y me sentó muy mal. No quise reñir a mi esposa por su fallo y contuve la ira, pero me dio tanta rabia que a punto estuve de estallar gritando. Al borde de un ataque de nervios vine a verle, confiando en que usted me entendería y me ayudaría a calmarme, como otras veces. Pero ¡Santo Dios! ¿Ha visto su camisa?, está hecha un guiñapo. Tiene más arrugas que el tronco de un árbol viejo y usted, tan tranquilo y tan serio como siempre -Y continuó desternillándose un rato largo, mientras yo no acababa de decidir si debía acompañarle en sus risas, o mantener el tipo guardando la compostura-

En efecto, la tela blanca de algodón ecológico de mi ropa parecía un acordeón; no me fijé en ello cuando, a causa del calor, me quité la sudadera; tampoco es algo que me preocupara demasiado pero, visto lo visto y valorando los usos y gustos de la clientela tendré que ir pensando en usar ropa de tergal.
En esta ocasión he tenido suerte y mi ridícula imagen ha servido de “punto de choque” para frenar la agresividad del paciente –terapia por contraste-. Pero ¿Qué otra emoción podría haber sentido un individuo obsesionado con su aspecto, en pleno ataque de ansiedad, a la vista de mi “aparente dejadez”? Fácilmente una provocación, la espoleta necesaria para destapar conmigo su caja de los truenos a punto de estallar. Mejor no correr riesgos.
De tergal, sí, o empezar a llevar la ropa a la tintorería.

sábado, 14 de mayo de 2011

CON LAS BOTAS PUESTAS


24 de abril de 2011,  Domingo de Pascua.  En Almaraz,  como todos los años, se celebra  la fiesta de la Resurrección con la iglesia llena . Ese día se  reúnen todos: los viejos, los medianos y los jóvenes; los que pasan el año y los que viven fuera y vienen por las fiestas, los progres y los conservadores,  los de toda la vida y los nuevos. Da gusto ver la hermosura del templo. La  luz y colorido  de los cirios ilumina los trajes variopintos ya primaverales, las imágenes que salieron en las procesiones de Semana Santa y la sonrisa tranquila de los asistentes; huele a cera nueva y a flores, a colonia barata y perfume de marca, a limpio;   una sensación general de gozo impregna los sentidos.
Como casi siempre, detrás de tanto y diferente paisanaje hay un aglutinante, una persona que, independientemente de quien  gane las elecciones, de si hay que llevar velo, mantilla, sombrero o  testa descubierta, de si la práctica del catolicismo es masiva o más bien escasa, con crisis o con  estado de bienestar,  ha tenido la habilidad, la suerte y, sobre todo, la capacidad de convocatoria,  de poder colgar todos los años desde hace sesenta, el cartel de " Completo". Se trata de  D. Vicente, el cura, el mismo  que allí cantara misa en 1951  y que hoy, con casi 83 años, sigue al pie del cañón. Inasequible al desaliento, a la artrosis,  a los momentos difíciles, a la muerte de sus padres, a la pujanza anticlerical de las nuevas generaciones,   incluso a Internet  al que no ha logrado cogerle  el intríngulis.
Y es que  lleva mucho tiempo celebrando nacimientos, bodas, comuniones, defunciones…  conviviendo con sus parroquianos -los de antes y los de ahora-cuidando de ellos, compartiendo penas y alegrías , duras y  maduras, dando, escuchando, ayudando y recibiendo; en las fiestas como S. Roque, la cabalgata  de Reyes, Pascua, Navidad, bautizos, comuniones y bodas,  festejando , organizando con su eterna sonrisa; en periodos menos alegres, consolando,  trabajando, participando…
Ha hecho muchas cosas, pero más que  la cantidad es el  entusiasmo, el amor, la bondad y la entrega de cada día, lo que atrapa y hace que todos le sientan tan próximo y entrañable. Sin él quizás más de la mitad de los que hoy están aquí se habrían quedado en casa, no son estos tiempos  tan proclives como antaño a reunirse en la Iglesia  y menos para una fiesta religiosa, pero ¿ quién va a perderse este anual y afectuoso evento que, por encima de creencias y aficiones, es sobre todo un acto de amor popular?

Algunos opinan que  D. Vicente sigue igualito, que por él no pasan los años; quizás está un poco más despistado y, como quiere contarlo todo a la vez, las palabras le salen a trompicones y  a veces no se le entiende bien. Pero sigue moviéndose por todas partes, corre que te corre,  controlando detalles, cuidando bien de no olvidar nada ni a nadie, que para eso a todos los conoce y los quiere desde que nacieron. A algunos incluso desde antes.

Es además el responsable de la hoja diocesana. Su boletín mensual era recibido hasta hace poco por  más de 5000 parroquianos y parientes y,  como si tuviera el don de multiplicar el tiempo,  cada dos  o  tres años se permite el lujo de publicar un libro: relacionado con su obra  en el "apostolado de la carretera",  con el concepto de familia, con la historia del pueblo, con sus memorias personales teñidas por su vocación de servicio a la Iglesia Católica y a la Comunidad...Ya está impreso el último, “En familia”, con un amplio y profundo texto y muchas fotos  de bodas bautizos y comuniones de los últimos sesenta años. Puede que este hecho influya   en que  hoy se le note algo inquieto desde por la mañana, pues va a presentar su última obra para que  todos puedan verse o reconocer  a sus seres queridos, incluyendo  un análisis, hecho con mente clara y ausente de gazmoñería, sobre de los problemas de las familias actuales; problemas que  conoce de cerca porque conoce la sociedad en la que se mueve. Por la tarde también está prevista la procesión de la Virgen del Rocamador, cuya tradición, que había sido poco a poco olvidada,  él mismo se encargó de recuperar. 

El obispo le ha hablado  de retirarse, cuando menos bajar el ritmo, pero él se enfada o se hace el tonto ante la más mínima insinuación.  Es verdad que desde hace una temporada en ocasiones se marea  (le están mirando los médicos  y no parece tener nada grave ) y alguna que otra vez acaba con un buen revolcón  que hasta ahora nunca ha pasado de rasguños y moratones sin importancia -como el último verano, cuando incluso se rompió las gafas- . Pero dejar la parroquia  por  unos mareillos de nada,  con todo lo que lo que tiene  que hacer... No, no mientras haya ganas y fuerzas.

Por eso a nadie le llama la atención que,  terminada  la misa, se retrase. No acaba de salir incluso a sabiendas de que le estan esperando  para ir a comer:

 -Este hombre, ¿dónde se habrá metido?, ¿es que no tiene concepto del tiempo? D. Vicenteeeee -gritan algunos- que le estamos esperando.
Una feligresa entra a la iglesia a recoger un objeto que le había prestado para la  celebración y, al ver que aún  permanecen encendidas algunas de las velas de detrás del altar mayor, se acercar hasta allí. Lo encuentra tendido  en el suelo, muy agitado, con la cabeza apoyada en una mancha de sangre y una gran una herida, limpia y rectilínea, en  el cuero cabelludo. Probablemente un tropezón, quizás otro mareo, le ha hecho caer y golpearse con el bordillo granitico de la base que sustenta el Ara. Tiene la  mirada fija, perdida en el infinito y no reconoce  a nadie; su única respuesta a lo que le preguntan es: “levántate”, dicho de forma imperiosa, como si estuviera dando una orden.
En volandas lo sacan a toda prisa  y, acompañado por varias decenas  de personas, es llevado al ambulatorio donde, confirmada la gravedad,  deciden trasladarlo en ambulancia al cercano hospital comarcal.
Su sobrina  está de guardia  en el mismo y es avisada de la caída por uno de los primos. Cuando cuelga el teléfono piensa instintivamente: “Otra vez como este verano, espero que sea poca cosa pero… Un día nos da un susto” -sin ser consciente en  estos momentos lo que de premonitorio tiene   su  reflexión-. Mientras ayuda a quitarle la ropa y le besa y palmotea  intentando que se despierte, aún consigue que salga de sus labios algún “SantaMaríaMadredeDios” y el grito monótono y brusco de “levántate”,  como Jesús a Lázaro.   Solo que esta vez nadie se levanta, nadie anda; su orden a sí mismo obligándose a seguir,  no tiene respuesta. Ella misma le acompaña a realizar el  escáner y al ver los  resultados sus esperanzas se desvanecen: las lesiones son tan graves que los más negros augurios pueblan su mente y  gruesas lágrimas, que intenta ocultar, ruedan mansamente por sus mejillas, mezcla de dolor y de agradecimiento a quien tanto debe, a quien tanto quiere.

Veinte días ha estado D. Vicente en el Hospital General luchando por quedarse entre nosotros, pero ayer, día de la Virgen de Fátima, se fue con ella al cielo. A buen seguro que  seguirá corre que te corre, pendiente de todo y de todos, como siempre.

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Señor obispo, ¿dejar la parroquia?. No mientras me queden ganas  y fuerzas”. 

Al final se salió con la suya y consiguió como los héroes: “MORIR CON LAS BOTAS PUESTAS ".

D. Vicente Hernández, le echaremos de menos. Mucho. Bastante. Seguirá vivo en el recuerdo de muchas generaciones y el germen de bondad, amor, entrega, generosidad y entusiasmo que sembró entre los que hoy le lloramos, habrá de dar sus frutos.

jueves, 12 de mayo de 2011

EN CASA DEL HERRERO...

Imagen: cpgdiseno.cl

Hace casi un par de años que no veo a Adela, mi prima del alma. Ella sigue en la aldea donde nacimos mientras que yo salí para estudiar psicopedagogía; actualmente trabajo en la capital como educadora de educadores, experta en “salud reproductiva para escolares”.

Tenemos la misma edad y de jóvenes manteníamos una amistad más allá de las convenciones: juntas reíamos, llorábamos, jugábamos, hablábamos, y hasta nos leíamos el diario. Compartíamos el proyecto de salir del pueblo para ir a la Universidad, pero Adela tuvo que quedarse pues cayó embarazada poco antes de terminar el COU. Aunque no se casó, dedicó su vida y sacrificó sus proyectos para educar y criar a su hija, Lucía, que ahora tiene trece años. Nunca hemos perdido el contacto; con llamadas y visitas nos hemos tenido al tanto de nuestras vidas, contándonos lo hermosa que se iba poniendo su niña o anécdotas de mi vida de estudiante entonces, o  de mis progresos profesionales más adelante.

Mi prima, siempre espléndida y cariñosa, nunca ha tenido muy en cuenta mis aires de señoritinga progre y repulida. La chiquilla, mi única sobrina, ha sido objeto de los mimos, achuchones y obsequios destinados a los hijos que no he tenido.

Los dos últimos años, debido principalmente a mi dedicación al trabajo, no hemos podido  estar juntas y ahora intento recuperar el tiempo perdido invitándolas a pasar estas vacaciones de Pascua en mi casa. Mientras preparo sus habitaciones, lleno la nevera, y repaso mentalmente a donde les voy a llevar, evoco la imagen de la última vez que nos vimos: Adela conservaba su gran belleza aunque no podía ocultar su aspecto pueblerino; nada que no pudieran arreglar un buen peluquero y un estilista adecuado. La niña, muy mona. Con rasgos infantiles, alta, morenita, timidilla, y con una cara en la que destacaban unos expectantes ojos verdes. Debe de estar cambiada después de tanto tiempo.

Ya están aquí ¡qué emoción! Nos abrazamos estrechamente –la sensación de que últimamente las tengo un poquito abandonadas ensombrece un poco la alegría del reencuentro- , nos reímos, comentamos lo bien que nos vemos, lo grande que está Lucía, la felicidad de estrecharnos de nuevo…

Así hemos seguido un rato, entre cariños, recuerdos, admiraciones y buenos pronósticos. A mi prima la encuentro desmejoradilla, tiene poco más de treinta años y aparenta cuarenta; debe trabajar muchísimo y no ser especialmente feliz. En cuanto a la niña es una hermosa mujer que pasaría por mayor de edad: el cuerpo bien proporcionado con unas piernas interminables, la piel bronceada de aspecto terso y sano y los mismos ojos verdes que sonreían de pequeña, aunque ahora un poco más amorfos. Estos rasgos físicos bellos por sí mismos,  son exageradamente destacados por su indumentaria. Decir que va llamativa resulta muy simple para describir la melena multicolor, la  falda ultracorta y bien ceñida, el top opresivo de generoso escote y la abundante ornamentación de bisutería y maquillaje -como su madre, bastante necesitada de peluquero y estilista- . Su mirada bovina, sonrisa inerte y vocabulario escaso y reiterativo, están más de acuerdo con su verdadera edad y probablemente con sus aficiones, su parco amor por el estudio, su educación, sus amigos o la calidad de sus lecturas. Mientras la observo y, antes de lanzar mi batería de preguntas de "pedagoga redicha", le descubro una mancha morada a la altura del cuello. Con sumo cuidado y discreción advierto que la manchita es un chupetón, varios chupetones reunidos, ejecutados con entusiasmo; una buena despedida de alguien que, a buen seguro, quería retenerla a su lado.
Este detalle era lo único que me faltaba para lanzarme a una investigación de profesional experta en “salud reproductiva para escolares”.

-¿Qué tal los estudios?, Ya estás en el Instituto ¿no? -pregunto intentando parecer tranquila.
- Sí, sí tía en el Instituto, un rollo” - contesta la niña.
-Y… ¿Cómo te va?
-Pues, regu. Me han quedado mates, soci, cono, inglés y lengua. Este año se han puesto muy exigentes.
-Es muy vaga. Me ha dicho el tutor que de tonta no tiene un pelo, lo que pasa es que no le da la gana ponerse a estudiar -apostilla la madre a modo de disculpa o explicación.
-Mamaaaa, no empieces con tu sermoncito -protesta enérgicamente y con gesto desabrido la chiquilla.
-Y de novios ¿qué tal? Porque, con lo guapa que estás, seguro que tienes más de uno -digo yo, cambiando de tema y sin olvidar el chupetón.
La niña grande, sonríe entre tímida y orgullosa, mira al suelo y susurra:
-Bueno, de eso bien. Estoy saliendo con uno. Mi madre lo sabe.
-Sí, sí tenemos mucha confianza. No soy de esas encierran a sus hijas para que un día acaben escapándose. Y ella, que me conoce bien, me lo cuenta todo –la madre recupera la sonrisa entusiasmada y orgullosa.
-¿Todo…todo? -me atrevo a insinuar.
-Bueno, lo que no me cuenta lo imagino –responde mi prima.

Siento como puja por salir la profesional que hay en mí y,  aunque intento ser prudente,  continúo con el obsesivo cuestionario. Mientras, mis ojos se desvían inconscientemente al enorme hematoma cervical -Y, ejem, bueno, con ese chico… ¿Tenéis precauciones? Ya sabes que si no andáis con cuidado… Aunque, qué cosas tengo,  eres todavía demasiado joven.

La niña, sin abrir la boca, mira hacía las tachuelas de la puntera de sus botas y sonríe pícaramente a la vez que mueve la cabeza arriba y abajo, como "el perrito piloto" que antaño decoraba la parte trasera de algunos coches.

Ante mis insinuaciones, Adela, muy en su sitio, con voz alta, firme y tajante adelanta una respuesta -Ay prima, no te preocupes por eso. En algunos asuntos estamos muy evolucionados en el pueblo y a ésta ya no le va a pasar lo que a su madre. Que haga lo que quiera que para eso está “la píldora del día después”. Bueno… si fallara, que a veces pasa, se le paga un aborto y santas pascuas.


Una conmoción automática estalla en mi cerebro al oír tan elaborado planteamiento. Con el pensamiento borrado paso largo tiempo ausente. Ellas no se han debido percatar de mi susto. Lentamente me recupero y consigo llevarlas a cenar mientras, muy culpabilizada por mi superficialidad y el abandono en que he tenido a mi prima y sobrina, empiezo a pensar que no es un asunto de peluquero y estilista. Tengo por delante mucho trabajo que hacer. No puedo consentir que una vez más se haga realidad, el clásico refrán: “En casa del herrero cuchillo de palo”.