viernes, 16 de septiembre de 2011

LOS DETALLES MARCAN LA DIFERENCIA




BECARIO A LA CANTONESA


Después del avión de Asturias-París, el de París-Hong kong, el tren a Kowloong, el taxi a la terminal de ferrys, el ferry a Zhongshan y el taxi al hotel por fin pude llegar y dormir en horizontal unas 4 horitas en el hotel. Pedazo de hotel… La cama es matrimonial, pero de matrimonio de 3, porque es enorme. También tiene SPA, piscina, sauna, jacuzzi, gimnasio, un chino que te abre la puerta a la calle cada vez que sales.

Pero nada tan delicado como el detalle del símbolo del hotel en la arena de los ceniceros las 24 horas del día. Obvia decir que hay una persona, quizá más, dedicada a retocar la arena y tamponar el icono cada vez que alguien accidentalmente (yo lo hice a propósito pero solo como comprobación científica) lo deshace con el cigarrillo.¿Cómo no?, hay testimonio gráfico de este pequeño detalle.





Desgracidamente lo del hotel se me va a acabar antes de lo previsto. Iba a quedarme 7 días viviendo en el lujo de lo grande y lo innecesario pero los chinos han hecho demasiado bien su trabajo y se termina el chollo en un día o a lo sumo dos. Me explico, Había un plazo de 7 días para buscarme un apartamento digno de ser habitable. Para nuestra sorpresa- la de mi jefe y la mía- nos han dicho que ya tienen la llave de uno. Nos hemos puesto a temblar pues no es muy famosa ni su diligencia  ni su gusto en la elección de vivienda para los visitantes (vamos, que las veces anteriores han gestionado unos cuchitriles de dar ganas de salir corriendo); pero como todo evoluciona y los chinos no se quedan atrás a lo mejor hay suerte. 

Texto y fotos Alejandro  Forascepi (fragmento).

jueves, 8 de septiembre de 2011

CUESTIÓN DE ESTILOS



1.
A punto de terminar la jornada laboral, Clara se sentía alegremente inquieta barruntando la inminencia de las vacaciones estivales. Este año había sido muy duro y necesitaba desconectar más que nunca pues, al esfuerzo del trabajo cotidiano, tenía que sumar las tensiones derivadas del proceso judicial incoado contra ella por su ex marido –después de 15 años divorciados, ¡maldito dinero! -Sus reflexiones se vieron interrumpidas por el agudo sonido del teléfono fijo. Desganada por el temor a que una urgencia de última hora retrasara su salida cogió el auricular. 

-Dígame –su tono serio traducía impaciencia.

-¿Estoy hablando con Clara Huerta?

-Sí, sí, al aparato, soy yo.

-Buenos días. Ponga  atención a lo que voy a decirle pues creo que le interesa. Se trata de  su ex marido –Respondió de inmediato un hombre de voz bien timbrada, con palabras correctas y educadas.

Al oír hablar del padre de sus hijos, el gesto de Clara se ensombreció y todos sus músculos se pusieron en tensión -¡No, por Dios, otra vez no!, ¿de qué se trata hoy?- pensó en silencio mientras esperaba ansiosamente a que su interlocutor continuara.

-No hay ninguna duda, tengo pruebas firmes de que es homosexual. Está haciendo daño  a mucha gente y sé que a usted también le ha perjudicado. Quiero ofrecerle mi ayuda para que no vuelva a ocurrir; cuente conmigo, estoy dispuesto a declarar donde haga falta –disparó el desconocido su discurso como una ametralladora, sin pausa, aceleradamente.

-Creo que se equivoca, seguramente ha habido un error y usted quiere hablar con otra persona -respondió temblorosa e incrédula, sin entender muy bien lo que estaba escuchando.

-No, no me equivoco, usted es Clara Huerta divorciada de Mario Fidalgo –replicó la voz, esta vez dolida y prepotente, para después seguir diciendo –Escúcheme bien. Por fin podemos terminar con sus malas artes, ya es hora de que ese malnacido deje de ir por ahí fastidiando impunemente. Reflexione, piénselo bien. Volveré a llamarla dentro de quince días –Y colgó bruscamente sin dejar espacio ni tiempo para ninguna pregunta o aclaración.

2.
Quedó bloqueada, no acababa de comprender y le costaba dar un sentido a lo que había oído. ¿Quién era el desconocido y qué datos tenía de su vida? ¿Qué motivos le inducían a hacer tan “generosa” propuesta? ¿Qué se ocultaba detrás del esperpéntico planteamiento? ¿Cómo se podía basar una amenaza en un delito que, ni legal ni socialmente, era considerado como tal? ¿A quién podría importar dicha información? ¿Qué tenían que ver sus desencuentros económicos con Mario con su orientación sexual?

Dándole muchas vueltas llegó a la conclusión de que su interlocutor, por razones que se le escapaban, albergaba un enorme resentimiento contra Mario y quería hundirle. Sabedor de que los últimos meses habían tenido confrontaciones importantes, quería usarla como aliada –en teoría ayudarla- con la excusa de haberle encontrado un punto débil, un arma para poder chantajearle y blindarse así contra posibles nuevas agresiones. Debía tratarse de alguien próximo a su círculo y seguramente a ella no la conocía; estaba bien informado del pleito sí, pero tuvo que localizarla en el trabajo, no en su teléfono privado.

Aún así, por más que se estrujaba el cerebro, seguía sin ver clara la fuerza del argumento esgrimido por el acusador, aunque había algo en sus palabras y en su tono que habían logrado transmitirle una desagradable sensación de gravedad e inmoralidad: como si detrás de las afirmaciones vertidas hubiera hechos terribles que de momento convenía reservar.

Daba igual, verdad o mentira, exagerado o realista, este no era su estilo. Si por desgracia, algún día su ex, de nuevo la volviese a atacar, emplearía siempre los medios que la ley pusiera a su alcance. Chantajes y amenazas no formaban parte de su manera de defenderse. De todas formas tenía que reconocer que la llamada le había dejado muy mal sabor de boca y pidió consejo a sus dos mejores amigos. Uno opinaba que no debía preocuparse pues, dada la poca coherencia del mensaje, el anónimo era sin duda un perturbado; el otro, mucho más práctico, aconsejaba dejarse querer y obtener toda la información posible: "información es poder". Ninguna de las dos propuestas le dio la calma que buscaba.

3.
A los pocos días del desagradable e incómodo incidente partió de vacaciones al Mediterráneo más azul. Mientras nadaba en las cálidas y transparentes aguas de Cala Turqueta su cerebro se iluminó –esa mágica luz- y halló la respuesta: sería ella misma quien llevara las riendas del asunto que le estaba quitando el sueño.

Nada más regresar escribió a su ex-marido un correo electrónico comunicándole que debía estar atento pues había alguien que quería perjudicarle. Le expuso con todo lujo de detalles la conversación telefónica y también su decisión: independientemente de la veracidad o no de la información, que por lo demás no le interesaba, podía estar seguro de que ella nunca contribuiría a difamar al padre de sus hijas ni a ponerlo en una situación remotamente embarazosa. Una cosa eran los pleitos matrimoniales y otra la mala fe y el mal estilo.  Con esta carta su conciencia quedó plácidamente tranquila, No esperaba respuesta.

Se equivocó pues a los pocos minutos, para su sorpresa, su misiva recibió contestación breve y clara: "En efecto, conozco a una persona bastante desequilibrada que está difundiendo esa calumnia totalmente falsa. Gracias por la información. Mario”

Con la seguridad de que nunca sabría a ciencia cierta toda la verdad de la espinosa historia, Clara dio el tema por zanjado con una gran sensación de alivio. El acusador de voz bien timbrada que había prometido llamar a los quince días, no volvió a molestarla.

domingo, 28 de agosto de 2011

BECARIO A LA CANTONESA: LA SIESTA

NOTA DE LA EDITORA ÁNGELES HERNÁNDEZ.
A partir de ahora va a acompañarnos en el blog de vez en cuando,  Alejandro Forascepi, Ingeniero Industrial,  becario de una empresa  multinacional en una de sus sedes de China. Concretamente en la región de Cantón (Guangdong). Espero que os resulte tan entrenido como a mí y os dejo el enlace de su bitácora.
http://becarioalacantonesa.wordpress.com/
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Que los reyes de la siesta somos los españoles, después de lo que he visto estos días en China, lo empiezo a dudar. Yo que soy un amante de aprovechar ese dulce sopor que le entra a uno después de comer, creía que España era el lugar perfecto para disfrutar de semejante placer. Nada más lejos de la realidad, los chinos nos llevan años de ventaja. El primer día que me di un paseo por la fábrica y las oficinas después de comer,  me quedé ojiplático.

Tal y como se ve, ni cortos ni perezosos, en la fábrica tiran un cartón en el suelo, se ponen bien orientados para que les de un poco de fresquito el ventilador y ¡a dormir!

Los que no tienen hueco en el suelo hacen como pueden, pero todos echan su media hora de sueño reparador. Al final fabricar en China va a ser tan barato porque al descansar después de comer son altamente eficientes. Nada de sueldos baratos ni explotación, dormir es la solución a la crisis.

Yo ya había pensado cuando empecé a trabajar, en esos momentos después de comer cuando la cabeza pesa más que la vergüenza de que te vean dormirte, que las empresas deberían tener un tiempo para reposar la comida en horizontal. Y mira tú estos, que no solo lo pensaron sino que actúan en consecuencia. Yo creyéndome tan original y al final siempre pasa que ya se le había ocurrido antes a otro.


*No tengo fotos de la gente de oficinas porque no procedía, en la fábrica al menos algo pude disimular. Pero para hacerse una idea hacen lo mismo que los que están sentados. Hay quien incluso tiene su cojín para apoyar la cabeza. Unos auténticos profesionales.

**Lo que hay el los ojos del hombre en primer plano es una mascarilla para el polvo bien reutilizada como antifaz.

Autor: Alejandro Forascepi Hernández.

domingo, 14 de agosto de 2011

EL CUENTO DE LA CRISIS MUNDIAL




Érase una vez un chico muy bueno y muy trabajador pero con un padre que no le daba mucha importancia a nada de lo que hacía y una madre doliente cuya única manera de hacerse querer (o notar) era sintiéndose enferma y cansada. El Chico se hizo muy pronto independiente y autosuficiente montando su propia empresa. Tenía muchos amigos y era alegre, campechano y fuerte. Le faltaba el amor verdadero pero prefería estar solo a mal acompañado.

Quiso la fortuna que un buen día se fijara en una chica tan buena y tan trabajadora como él; también necesitada de cariño, sabía querer bien y tenía la gran cualidad de entender a los demás y ponerse en su piel. Así supo y quiso ponerse en la del Chico cuando empezó a amarle. Y los dos estaban a gusto juntos, él aportaba su fuerza, su bondad y su incondicionalidad; ella mucha comprensión y, sobre todo, una admiración y unos cuidados que él nunca antes había sentido.

Un día llegó una gran CRISIS MUNDIAL y, no sabemos si por contagio, por extensión ( se construía menos, los acreedores no pagaban, los préstamos prometidos por la familia fallaron, las hipotecas para jóvenes eran Misión Imposible, todo se encarecía por minutos...) o por casualidad, afectó al Chico y a la Chica justo en el momento en el que habían decidido compartir sus destinos y comprar una casita. Una hermosa casita que ella con su buen gusto y él con su fuerza, conocimientos y oficio, harían relucir como el palacio más bello.

La Chica empezó a estar triste y agotada: había ascendido en su empresa y el temor a no ser digna de su nueva responsabilidad hacía que, esa noticia en teoría excelente,  tiñera  las obligaciones habituales con un matiz de angustia . Llegaba muy tarde al hogar, casi siempre acompañada por preocupaciones que le hacían chiribitas en la cabeza y en los músculos; además del trabajo y de los sinsabores económicos que parecían multiplicarse, asumía otras cargas como la de su madre que pasaba malos momentos, sus abuelos aquejados de graves enfermedades o su progenitor que le debía dinero. En fin, que por muy superwoman que fuera (sí, sí, lo era), estaba perdiendo su natural talante empático y comprensivo y empezaba a necesitar de manera imperiosa ser ella  quien recibiera cuidados y sonrisas, incluso aunque a veces con su gesto pareciera rechazarlos. Se quejaba (no sin razón) de que él no era cariñoso, que guardaba el buen humor para los de afuera, que no se fiaba de ella en los asuntos relacionados con la casa, que malinterpretaba sus palabras, que la trataba como a una menor (más o menos como su padre a su madre -los de él-). Temía acabar somatizando  y, entre tantos problemas, a menudo sentía la tentación de empezar a romper por lo más evidente: la casa y la pareja.

El Chico también estaba de mal talante. Estos cambios, sutiles pero in crescendo, le afectaban tanto que se estaba tornando hosco, desconfiado, irritable... Hechos como haber conseguido una buena hipoteca, no necesitar la ayuda de su padre o que La Chica le adorara y estuviera pendientita de sus asuntos,  no parecía ejercer ningún efecto positivo en su ánimo. Como no quería defraudar a su, cada día más triste, amada,  iba y venía de acá para allá intentando controlar hasta el mínimo detalle,  ser el factotum o, en el extremo opuesto, caer con todo el equipo demostrando y demostrándose que él también estaba agotado y que su malhumor y sus fallos no eran  a causa de debilidad o  vagancia.

Así es que el cansancio de ella, por mucho que a veces intentara disimularlo, producía en él gran  desapego y distanciamiento y el comienzo de un círculo vicioso muy peligroso, mientras que el sobreesfuerzo de él y sus consecuencias: irritabilidad, malhumor, inseguridad, tendencia a quejarse más, menor tolerancia para asumir la mala cara de La Chica por las noches (no hay que olvidar que esa cara podría recordarle a su sufriente madre, situación que detestaba, y aunque nada tenían que ver ni él con su padre, ni ella con su madre, el subconsciente no entiende de tamañas sutilezas), tenían a La Chica francamente descontenta -más círculo vicioso negativo que les ponía al borde de la ruptura-. A los pobres  jóvenes inexpertos, la vida no les había enseñado que cuando vienen mal dadas es cuando más hay que mantener la calma.

Una pena porque se querían mucho. Es lo que tienen LAS CRISIS MUNDIALES, que al final lo envuelven todo y a todos contaminan, incluso a quienes teóricamente deberían, por nuevos y entusiastas, estar libres de sus garras.

Quizás si en vez de enredarse en el abismo que prensa y otros medios  pregonaban, se hubieran puesto a regar el árido presente con HUMOR -no con culpa proyectada en el otro- y lo hubieran abonado con una pizquita de PACIENCIA, el final de este cuento hubiera sido muy diferente. Algo así:

”El Chico y La Chica construyeron su nido pues con la empatía y comprensión que ella siempre mantuvo, él olvidó sus inseguridades (las que arrastraba desde niño y que ahora iban desapareciendo) y dejó de competir por demostrar que era el más currante. Tranquilo y contento, no perdió esa fuerza y bondad que para ella, aún con cara de cansada, suponían sosiego y alivio: la balsa de aceite para seguir navegando, incluso en los momentos familiares y laborales difíciles que estaba padeciendo”.


Y colorin colorado....

viernes, 29 de julio de 2011

SECUESTRO EXPRÉS


-1-
Acabábamos de disfrutar de unos días de vacaciones en las playas del norte, mi mujer, Susana, mis hijos, Carla de 8 años y Luis de 4, y yo. Antes de ir a casa decidimos pasamos a visitar a los abuelos para darles un beso y contarles lo bien que lo habíamos pasado.

Teníamos mucha suerte, la vida nos sonreía ampliamente. Éramos dos jóvenes profesionales competentes y bien situados que nos amábamos y que amábamos, aún más si cabe, a nuestros dos maravillosos hijos. ¿Qué más podíamos pedir? Pero, siempre hay un pero, habíamos nacido y habitábamos en un país donde la inseguridad y el terror se habían adueñado de la vida cotidiana. La tensión nunca nos abandonaba, vivíamos pendientes de que un robo, un secuestro, una violación o un asesinato pudieran sucedernos en cualquier momento como a tantas familias conocidas. Por eso teníamos un coche grande con todos los mecanismos de seguridad que la tecnología ofrecía, un hogar blindado y muy poca libertad para pasear con normalidad por las plazas y parques de ciudades y pueblos o por los campos de nuestra hermosa tierra.

Afortunadamente las vacaciones nos habían sentado muy bien y llegábamos llenos de energía y optimismo. Casi habíamos olvidado la angustia cotidiana.

Mientras yo iba a buscar el coche con los niños al garaje, Susana esperaba en la puerta a su madre, María, que había ido a buscar unas cestas con productos de la huerta. Desde la ventana, su padre, Manuel, vigilaba nuestra partida con una enorme sonrisa. Este idílico panorama fue interrumpido súbitamente al colocar mi potente Masserati en la entrada. Cuando me disponía a abrir la puerta, como escupidos por el infierno, aparecieron tres individuos con armas de fuego y la cara oculta por una media que, brutalmente, a empujones y golpes, nos obligaron a entrar en el vehículo. Uno de ellos se hizo cargo del volante y partimos de allí a gran velocidad. Los otros dos nos apuntaban con un Kalasnikoff y una mirada que atemorizaba más que el arma. Mi suegro desde su observatorio vio la maniobra con tanto dolor como impotencia: sabía, al igual que todo el mundo en mi país, que la única posibilidad de volvernos a ver con vida era esperar; la más mínima sospecha de que la policía estuviera informada, suponía la muerte inmediata de los retenidos.

-2-
El tono de voz de los asaltantes era brusco y desagradable. Nos insultaban con los epítetos más denigrantes y en ningún momento dejaron de tener sus fusiles apoyados contra el vientre de alguno de nosotros. Uno de ellos miraba con ojos lascivos a mi niña, mientras acariciaba su piernecita diciendo que era muy bella y suave. Todos estábamos muy callados, sabíamos bien el peligro que corríamos, obligados a esconder las cabezas delante de los asientos. Yo me atreví a proponerles que dejaran libre a mi familia, que una vez en casa les daría todo lo que me pidieran. Su respuesta fue un “Calla mierda, aquí decidimos nosotros”. No volví a hablar.

En mi cabeza barajaba las dos posibilidades que probablemente nos aguardaban: "secuestro expres” o “secuestro diferido”. En el tipo exprés nos llevarían a casa donde, después de vejaciones y malos tratos, se encargarían de quedarse con nuestras tarjetas de crédito y todos los objetos de valor que en ella se encontraran. El diferido consistía en conducirnos y alojarnos en algún lugar difícil de localizar y desde allí pedir un rescate a nuestras familias. Esta segunda modalidad comportaba siempre unas negociaciones largas y difíciles: se empezaba pidiendo una cantidad muy superior a la que se podía pagar incluso endeudándose con créditos y ayudas, para, poco a poco ir rebajando el monto hasta llegar a un acuerdo. El macabro regateo podía llevar semanas o meses, según la resistencia y quizás el apego de los parientes pagadores, durante los cuales los secuestrados malvivían en condiciones lamentables físicas y psicológicas. Las posibilidades de morir por no llegar a pactos, por malos entendidos, por ideas geniales de alguna de las partes, o porque sí, eran francamente altas.

No sé cuanto tiempo había pasado, cuando me invadió una sensación de paz y sosiego, una intensa emoción que me hizo estar seguro de que, contra todo pronóstico, nada malo iba a sucedernos. Nunca olvidaré la barriguita de mi hija con el fusil presionándola; su carita buscaba la mía que con los ojos le decía: “tranquila cariño, vamos a salir de aquí, dentro de muy poquito tiempo estaremos sanos y salvos ”.

-3-
Al cabo de unos cuarenta minutos sonó el teléfono de uno de los secuestradores. Las palabras con tono imperativo que se intuían al otro lado iban ensombreciendo el gesto del interlocutor que se limitaba a emitir gruñidos de asentimiento. Después de colgar informó a sus compañeros que los planes habían cambiado, frenó bruscamente y de un volantazo modificó el rumbo que hasta entonces llevábamos.

Intentamos mirarnos, pero nuestros movimientos estaban bloqueados por la incómoda posición. Mi mayor preocupación era pensar en lo asustados que debían estar los niños y la angustia que tendrían mi esposa y su madre, ¿Qué significaba el cambio de planes? ¿Eran buenas o malas noticias? Yo, inexplicablemente y a pesar del mal pronóstico que la situación auguraba, continuaba con esa extraña sensación de tranquilidad, absolutamente seguro de que todo saldría bien para nosotros.

Poco después del cambio de ruta empezamos a entrar en la ciudad. Por la escasez de luz y el olor supuse que se trataba de un barrio de la periferia, pobre, con alto índice de delincuencia y de marginalidad. Con la cabeza agachada sólo podíamos hacer conjeturas sobre el lugar al que nos dirigían. No hubo mucho tiempo para elucubrar porque a los pocos minutos el auto se paró. Después de quitarnos lo poco que de valor llevábamos encima, incluidos los móviles, el dinero y hasta las alianzas de boda, nos obligaron a bajar a empujones, nos arrojaron contra el asfalto y partieron a toda velocidad perdiéndose entre las calles.

De repente estábamos en un callejón solitario, aparentemente libres, sin amenazas, sin gritos y sin armas apuntándonos. Pero el agobio, la incredulidad, sentir aún nuestros músculos y cerebro agarrotados y la terrible expectativa de que en cualquier momento podía recomenzar el calvario, nos impedían hablar, levantar las cabezas, mirarnos abiertamente, abrazarnos, llorar, reir…

Poco a poco fuimos reaccionando y animándonos al ver que todos estábamos bien, sanos y salvos. No le dimos demasiada importancia al hecho de encontrarnos en un lugar desconocido, oscuro, tétrico, solitario, sin teléfono y con los bolsillos vacíos, lo importante ahora era estar juntos y, aparentemente, liberados.

-4-
¿Liberados? Una garra de ansiedad atenazó mi garganta dejándome sin voz, al ver aparecer por una esquina la luz de un coche que se desplazaba lento y silencioso. Lo conducía un hombre solo, muy serio que al llegar a nuestra altura aminoró aún más la marcha, bajó la ventanilla y nos miró con parsimonia. En el momento justo en el que agarraba a mis dos hijos de la mano para iniciar un intento de huida corriendo hacía lo desconocido, oímos la voz calmosa del conductor: “Señores, he recibido una llamada hace unos minutos indicándome que viniera a recogerlos a esta dirección y que les llevara a donde ustedes pidieran”.

Sin pensar que pudiera tratarse de nueva encerrona, sin dudas, sin miedos, sin preguntas pero exhaustos, dimos nuestra dirección, subimos al taxi y formamos una piña de carne humana, entrecruzadas nuestras manos y piernas que no se diferenciaban unas de otras. Enmudecidos nos dejamos conducir, el aturdimiento nos había dejado incapacitados para decidir, o tan siquiera preguntar. Yo seguía con mi optimismo inicial y casi mágico, pero la razón me hacía serias advertencias sobre la posibilidad de que el taxista fuera un nuevo eslabón en la cadena de una pesadilla que quizás solo acababa de comenzar.

Afortunadamente mi intuición estaba en lo cierto y fuimos depositados en nuestra vivienda, a la que probablemente estaba previsto que nunca regresaríamos. Nuestro salvador se fue rápidamente, ni siquiera descendió del coche para ayudarnos. Agotados, dormimos largamente, todos juntos, todos revueltos, agitados y llorosos, pero casi seguros de que la terrible aventura había terminado.

-5-
Nos costó trabajo recuperar el ritmo y la tranquilidad. Los niños pasaron una temporada inquietos y con pesadillas y los adultos tuvimos que medicarnos para superar el mal recuerdo. Nunca llegamos a saber cuáles fueron las causas de nuestra liberación precoz y de la indemnidad de nuestros cuerpos y de nuestros bienes. La llamada telefónica que recibieron los captores les hizo cambiar de planes, liberarnos y dejarnos a salvo, asegurándose de que llegáramos ilesos a nuestro domicilio. Mi suegro, como era preceptivo, no había hecho ningún movimiento, esperando angustiado las instrucciones de los delincuentes. El secuestro duró algo más de dos horas. Nadie conoce en nuestro país una historia similar. Se sospecha que algunos agentes de la policía pudieran estar implicados en este tipo de sucesos, dado su conocimiento de las armas y la información que suelen manejar. El coche desapareció para siempre y yo decidí que no iba a exponer a mi familia a una experiencia similar.

A los pocos días solicité un puesto de trabajo para mí y mi esposa en España, y en dos meses nos trasladamos. No hemos vuelto a pisar nuestro país pero todavía hoy, que nuestra vida ha cambiado tanto y que todo aquello parece tan lejano, no puedo evitar un enorme sentimiento de angustia y amargura cuando, como ahora, alguien me pide que le relate mi experiencia. Disculpen ustedes si no estoy siendo muy prolijo en detalles, ya empieza a dolerme la cabeza.

miércoles, 6 de julio de 2011

INSENSIBILIDAD Y SENTIMIENTOS





Andrés había perdido por completo la sensibilidad de la parte izquierda de su cuerpo fibroso de montañero veterano, a causa de una embolia cerebral. Por ese motivo su piel no sentía el frío y el calor; tampoco podía diferenciar el tacto de una sábana de seda del de una áspera manta de lana, ni una caricia suave de una dura bofetada. Utilizando el sentido de la vista acertaba a saber dónde estaba situado y conseguía gobernar torpemente los movimientos voluntarios de su lado izquierdo.

Los médicos atribuían su mal a una trombosis producida por los consabidos factores de riesgo: tabaco, comidas grasas y alcohol. Andrés, sin embargo, estaba seguro de que había llegado a semejante situación, a causa del terrible dolor producido por la ausencia de la mujer que amaba: tras una difícil temporada de convivencia ella le había dejado hacía unos meses.

Desde que Amanda desapareció de su vida, se vio invadido por un desasosiego y un no vivir, tan amargos, que difícilmente habría de acabar bien. “Sin ti me muero”, le espetó en la despedida, y a punto estuvo de cumplirse la profecía.

Llevaba ya una temporada solo cuando un día, bruscamente, al despertar de la siesta, se dio cuenta de que no sentía ni reconocía la parte izda de su cuerpo. Entonces la llamó asustado, había un buen motivo: "Mi amor (seguía llamándola así), le dijo,  no siento la mano, no sé donde estoy apoyando la pierna, algo muy extraño me esta sucediendo”. Ella, que todavía estaba elaborando el duelo de su amor imposible, sin pensarlo dos veces, acudió de inmediato para verlo a la ciudad donde él vivía.

Lo encontró postrado en una habitación de hospital, en reposo absoluto –le habían prohibido moverse por el riesgo de que el trombo se desplazara-, con un suero intravenoso y una mirada apagada que tardó muy poco en iluminarse cuando la vio aparecer.

Con voz dolida, no exenta de dulzura, Andrés sólo supo decirle a modo de bienvenida: “Mira cómo estoy, es mi cuerpo que protesta porque te echa de menos “.
Al verlo, al oírlo, Amanda borró de un plumazo sus dudas, olvidó los malos recuerdos que en el pasado le habían hecho tomar la determinación de partir y sintió todo el amor de esos meses concentrado en un instante. Se recostó a su lado. Despacio y palmo a palmo, fue recorriendo la piel insensible de él que conocía bien. Tanta ternura, tanta pasión, produjeron el milagro y sus cuerpos se encontraron con la intensidad y el placer que se debían.

Durante ese tiempo – horas o minutos, ¿quién puede saberlo?- la enfermera no tuvo que entrar en la habitación para vigilar al enfermo, el suero siguió fluyendo sin dificultad, el trombo no se movió….nada se alteró, nadie se enteró. Nadie, solo ellos que lo vivieron y que, de tanto en cuanto recuerdan, como una vez la pasión y el deseo triunfaron por encima de la más elemental prudencia.


jueves, 30 de junio de 2011

EL BUFON CALABACILLAS


"El bufón Calabacillas" . Oleo de Velázquez.
Actualmente en el Museo del Prado (Madrid)

"Dame pan y llámame tonto", dicen en mi pueblo de las Hurdes de Cáceres donde, por falta de alimento, más de uno que apuntaba hechuras de buen mozo no ha conseguido pasar de tierno infante.

Nací maltrecho y deforme, con pocas chichas y menos huesos. En la tierra donde me parieron, un hijo tarado no era cosa extraña ni causa de sufrimiento o desvelos, sino más bien de abandono y escasez de cuidados: tan poco para repartir entre tantas bocas era mejor empleado en quienes más lo pudieran aprovechar. Sobreviví entre la podredumbre y la miseria porque la naturaleza, tan parca en dones para conmigo, me otorgó el arte de ser gracioso y un estómago que daba buena cuenta de todo lo que mis hábiles manos podían capturar, ya fuera animal, vegetal o mineral. A nadie molesté, antes al contrario, supe moverme sin destacar ni dar señales de que mi presencia pudiera causar dispendio alguno; también aprendí a sobrellevar, con risas y gesto agradecido, algún pescozón y muchas patadas.


Quiso Dios que el Sr. Duque de Alba, que por la alquería de Calabazas gustaba venir a cazar cuando sus reales se aposentaban en el Palacio que en Coria habitaba de ciento en viento, prestara atención a las mil y una chirigotas y piruetas que desde hacía tiempo le venía dedicando. Hícele gracia y mandó llevarme con él para distracción y jolgorio de las frías y largas noches del lóbrego caserón, ya que era costumbre y daba prestigio a los muy pudientes, exhibir bajo el pomposo nombre de “bufón”, a tarados y lisiados de diverso origen como parte de los trofeos y entretenimientos que les enriquecían.

Mucho hube de moverme  y maquinar, como quien no quiere la cosa,  para medrar y hacerme necesario entre los múltiples enseres que los Duques consideraban imprescindibles en su ajuar, forzosamente limitado a causa de sus frecuentes desplazamientos y viajes. En la Corte de Madrid el Cardenal D. Fernando de Austria, hermano del rey Nuestro señor D. Felipe Cuarto, me acomodó en su séquito por ser yo alegre, pudoroso y de fácil manejo; era tal mi gracejo que, al poco de llegar, Don Diego el pintor, me hizo un retrato en el que, con un molinillo en la mano, me presenta como alguien “casi” noble y garboso.

Pero no es ése el lienzo que ilustra este escrito, el que me ha inmortalizado y donde ahora podéis contemplarme. Como buscando la luz que desde  lo alto me ilumina, os miro arrebujado y encogido, bien cubierto de encajes y terciopelos. Frotando mis manos en gesto sumiso, luzco la mejor de mis sonrisas, desvaída pero amplia, insulsa mas alegre y devota, para hacerme perdonar la incómoda mirada que no logra centrarse y enfoca a la vez hacia poniente y naciente. En frío suelo y no en cómodo sillón estoy sentado; como único ornamento, quizás para no distraer la atención del personaje que soy y represento, ha querido el artista colocar unas calabazas, hermosas, con brillos dorados, que hacen honor a mi apodo y al lugar donde nací.

Yo Juan de Calabazas, al fin Bufón Real del séquito de su Majestad D. Felipe, también llamado “El Bobo de Coria”, soy, por obra y gracia del arte de D. Diego de Velázquez, cuyo pincel supo plasmar mi cara y mi cruz, testigo excepcional de la ruindad humana y fiel reflejo de cómo la fortuna gusta de utilizar intricados caminos para labrar destinos que, ni el más audaz e imaginativo adivino, hubiera podido predecir.

A mi amigo Fernando Visedo, artista, pintor, que hizo llegar a mi casa su versión de este retrato y la consecuente reflexión.

martes, 21 de junio de 2011

SOLSTICIO DE VERANO




En  casa ha brotado hoy esta magnolia,  grande -magna- como nosotros dos. Hoy, solsticio de verano, cuando la luz domina  todas las oscuridades.

Bello y significativo regalo que el verano atmosférico nos hace  en el verano de nuestras vidas:  pasión y fuego todavía,   empezamos ya a recoger algunos de los frutos que en el pasado,  sin saber muy bien cómo pero con la fuerza de la ilusión, hemos ido sembrando.

Porque el otoño aún no ha llegado y porque vamos a esperarlo juntos, recibe con ella  mi dulce y perfumado beso blanco.

domingo, 12 de junio de 2011

MILAGRO



Había que inscribir a la pequeña en el INSS y para ello se dirigían los tres, madre, padre e hija recién nacida, a las oficinas correspondientes. Él, gafas negras y opacas, bastón blanco en la mano derecha utilizado hábilmente para irse abriendo paso y una manera de hablar pausada que lanzaba las palabras al infinito buscando llegar al interlocutor, hizo su entrada en el despacho con la niña pegada a su pecho, abrazándola con un esmero no exento de temor. De vez en cuando inclinaba la cabeza hacia la cara de la pequeña para rozarla, tal vez escuchar su respiración inaudible o sentir su olor. A pesar de la agilidad y desenvoltura con la que se movía, era evidente su ceguera. La esposa, a su lado,  le insinuaba el camino asiéndole tiernamente por el antebrazo.

Ambos sonreían, ella discretamente, él con un gesto beatífico cercano al éxtasis. La niña simplemente dormía y, de vez en cuando, emitía pequeños gorgoteos de satisfacción.

-Tomen asiento, despacio que no hay prisa -les animó la funcionaria al verles llegar.

-Gracias, muy amable -susurró la mamá. Mientras, los otros dos se acomodaban con parsimonia, sin dejar de ser achuchada la pequeña, ni cambiar el gesto de satisfacción el papá.

-Me permiten unas sencillas preguntas para rellenar los formularios  -continuó con su tarea la persona que les recibió.

-Por supuesto; todo oídos –respondió la pareja casi al unísono. Mientras, el hombre mecía, ahora con los dos brazos, a la personita que le tenía casi en trance.

-El nombre de la pequeña es Milagros ¿verdad?.

-No, no, Milagros no –replicó el padre como una exhalación -Se llama Milagro, sin la ese final. Nuestra hija es... un milagro.

La madre  acarició levemente la mejilla de su esposo. Se respiraba armonía. Una luz casi mágica, que la mirada vacía del invidente parecía irradiar, ocupaba la atmósfera del despacho. Nadie habló durante varios segundos. Al cabo de los mismos, visiblemente emocionados, reanudaron la entrevista que fue breve.
Al terminar, la funcionaría les acompañó hasta la entrada y les despidió con amabilidad. Después, mantuvo cerrada la puerta unos instantes antes de reanudar su trabajo; tenía que absorber la increíble sensación que flotaba en el aire, el pedacito de cielo que se había quedado con ella.


viernes, 10 de junio de 2011

OSCURECE EN SEGOVIA

Ana J, FranCo, Guillermo Herrero, Amando, Dácil ante las piernas de Sophie


Y se hizo la presentación de “Oscurece en Edimburgo “en Segovia como estaba anunciado, ayer 8 de junio a las 7 de la tarde, en el Salón de Actos de Caja Segovia. El lugar, acogedor y amplias proporciones, estaba casi lleno; el personal escuchó con interés durante más de una hora las explicaciones y experiencias de los cuatro co-autores presentes : Francisco Concepción, Ana Joyanes, Dacil Martín y Amando Carabias, conducidos con agilidad y maestría por Guillermo Herrero , periodista del “Adelantado de Segovia que ejerció de moderador, de voz cantante y de maestro de ceremonias.

Como fondo las imágenes de la portada de la novela: Edimburgo al oscurecer  detrás de unas piernas provocadoras y sugerentes, alternando con las caras, en foto fija, de los escritores. Como aderezo extraordinario, la audición del segundo capítulo leído en “off” en la voz de José Francisco Díaz-Salado, al principio de la presentación.

Guillermo Herrero llamó la atención sobre esta nueva manera de escribir en la “Aldea Global literaria” en la que hoy nos movemos. Para él se trata de un hito en el que destacan como novedad y primicia universal el hecho de que una novela haya sido escrita por siete plumas, sin planteamiento previo de estilo o argumento y con las únicas normas establecidas del orden de participación de los autores y la cadencia de publicación de los capítulos (cada tres días). Estos hechos, de los que ya hemos hablado cada vez que la novela o su proyecto han sido sacados a la luz pública, tuvieron en Segovia algunos matices y apreciaciones que comentamos a continuación


1.-La idea.
Francisco Concepción, alma máter de la misma, aclara que surge en su cabeza a modo de flash, una propuesta sobre cómo escribir la novela que le gustaría leer. Una novela  con una trama intensa, de amores complicados, personajes con aristas, diálogos cargados de significado…Para esta novela ideal fue pensando en autores con peculiaridades distintas en su arte, como ironía fina, sobriedad en la descripción, riqueza en el lenguaje, maestría en la redacción, imaginación y fantasía…Personas con esencias bien diferenciadas, cuya mezcla pudiera dar como resultado una obra plural pero a la vez coherente y bien armonizada. Su fuerza, su seguridad y su capacidad de convicción, la hicieron posible.



2.-La ejecución.
Progresiva. Comenzando con unos primeros capítulos sencillos y cortos que,  poco a poco se fueron complicando, elaborando y alargando de manera espontánea, a medida que la comunicación y la confianza de los autores fue aumentando y que la naturaleza de la historia lo fue pidiendo. Con la dificultad del sometimiento a lo que otros han escrito previamente, a los plazos ineludibles, al turno que no deja elección. Con la facilidad de compartir un proyecto que no da lugar al aburrimiento, al abandono o al retraso en la entrega y la ilusión de saberse leído y esperado.

3.-La colaboración.
Imprescindible que el objetivo común sea el mismo y que exista un exquisito respeto por el trabajo del resto de los co-autores. Ello implica una corresponsabilidad en la que nadie pretende destacar y en la que todos se implican para que el producto final sea el mejor. La generosidad conduce a la armonía y al final es inevitable que surja un enorme grado de amistad entre los escritores, y entre ellos y los comentaristas que regalaron su entusiasmo y su tiempo y que se sintieron escuchados y aceptados.

4.- La sintonía.
Como en una composición musical, como en una sesión de jazz en la que cada artista ejecuta movido y motivado por lo que está escuchando, esta obra ha gozado de unos patrones comunes de comportamiento, de una manera de hacer sincronizada, que condujo a que , por ejemplo la voz de Sophie –la protagonista- fuera la misma independientemente de quien escribiera sobre ella, con el valor añadido de que al ser una opción abierta, cada autor podía tratarla a su manera, aportando a la misma matices polivalentes tan ricos como la vida misma. Es también esta sintonía, la responsable de unos personajes tan diversos y a la vez tan bien estructurados y coherentes; de una historia en la que tantos caminos acaban confluyendo con agilidad y frescura.

5.-El argumento.
Amando Carabias lo resumió muy brevemente diciendo que se trata de una novela de búsqueda. La protagonista, Sophie, quiere saber. Quiere conocer la realidad sobre sí misma, partiendo de un suceso de su vida que marca y condiciona su futuro. Ahondando en él consigue encontrar una respuesta que la dignifica. Su resolución la llevan a conocer a un gran número de situaciones y personajes y conforman la trama.



Además de estos datos que he resumido en los epígrafes previos, también se habló de proyectos de futuro, y de internet, y de los nuevos soportes de la literatura y del estilo “oscurece” acuñado en Tenerife por Iván González, y del gran trabajo que supuso la puesta a punto de la edición, y del impulso y la fuerza de creadores y colaboradores y de… Pero, ni esta comentarista, ni este espacio dan para más.

martes, 31 de mayo de 2011

LÁGRIMAS AMARGAS


Autor: Ángeles Hernández Encinas.

Verónica llegó al hospital acompañada por un hombre de edad indescifrable que decía ser su padre. Era delgado y moreno; a su cara renegrida, poblada por una densa barba, una torva y huidiza mirada le confería un aspecto  siniestro. No parecían muy limpios y despedían un aroma desagradable a juicio de los finos olfatos que los recibieron. Mas, no fue la falta de higiene lo que produjo alarma, sino el grave estado de Verónica que inducía a pensar en un rápido y fatal desenlace. 

La muchacha mostraba la piel grisácea, sin brillo; el rostro anguloso con pómulos salientes y  mejillas hundidas; apenas abría los ojos,  su nivel de conciencia solo le permitía emitir, de vez en cuando, un leve quejido , como si se le escapara la vida por esos breves lamentos. La situación no auguraba un buen pronóstico. Por entre las piernas, largas, delgadas y de idéntico color macilento que el resto del cuerpo, fluía mansamente, sin prisa pero sin pausa, un líquido oscuro, probablemente rojizo, cuyo olor se percibía con un matiz diferente: putrefacto, purulento. Posiblemente una infección grave le estaba minando la poca resistencia que le quedaba.

Gracias a un intérprete se pudo obtener información a cerca de las causas que habrían conducido a Verónica a tan lamentable situación, pues ninguno de los dos hablaba o entendía el idioma del lugar. Según contó el presunto padre con rostro impasible, estaban pasando unos días en España de camping, solos, sin la compañía de madre, hermanos o algún otro pariente. Dijo también que provenían de un país del Este de Europa, que la chiquilla tenía dieciséis años y que había sufrido un aborto tres meses antes del que se había recuperado sin problemas; desconocía por qué motivo desde hacía unos días sangraba copiosamente por vagina y el origen de sus incómodos mareos
Nadie creyò esta versión de los hechos -demasiados silencios y contradicciones- pero fue dada por válida pues urgía actuar; cada minuto gastado en investigaciones no imprescindibles podría ser nefasto.

En un tiempo record Verónica fue intervenida quirúrgicamente. Recibió además una considerable cantidad de sangre y otros fármacos. Se trataba, en efecto, de un embarazo interrumpido de manera abrupta e incompleta ; los restos placentarios retenidos  eran responsables del sangrado y de una grave infección que empezaba a generalizarse. Resultaba a todas luces imposible que llevara muchos días en ese estado. El tamaño del útero correspondía aproximadamente a una gestación de doce semanas
 
A las pocas horas, instalada en una sala de reanimación y vigilancia, no era la misma. El color sonrosado de su piel ya más turgente, los labios húmedos y una discreta y tímida sonrisa de bienestar, hacían patente su linda cara de adolescente, iluminada por dos ojos , ahora sí bien abiertos, grandes, verdes y profundos, que parecían transmitír calma y tranquilidad.

Dicha sala se hallaba separada por un fino tabique de otra similar en la que eran atendidos  los niños nacidos  mediante cesárea. Quiso el azar que en esos mismos instantes llevaran a un bebé procedente del quirófano para ser asistido en sus primeros minutos de vida. El llanto vigoroso del neonato, tras ser estimulado, produjo gran alborozo entre el personal responsable de este tarea. Alguien observó que al ser escuchado por Verónica ese grito de vida, de sus ojos tranquilos brotaron lágrimas amargas, silenciosas y emocionadas; suavemente se fueron deslizando por su bello rostro sin que, ni ella ni nadie, hiciera el más pequeño gesto para enjugarlas.

Estaba sola, el hombre, su acompañante de aspecto siniestro, hacía rato que se había marchado.

lunes, 23 de mayo de 2011

UNA ESPERA TRANQUILA

Hace dos meses, en el blog "La Esfera", Francisco Concepción propuso , bajo el título ¿Qué ves? escribir un texto basado  en la foto que ilustra este post. Me atrevo hoy, a tenor de algunos acontecimientos que en el mundo han ocurrido en las últimas semanas, a publicar en este espacio mi propuesta literaria de entonces.  Asumo que abordo un tema difícil y duro mirado desde un prisma diferente. Solicito benevolencia en sus comentarios. Un saludo a todos de Á.

                                                     UNA ESPERA TRANQUILA



No me ha resultado fácil ataviarme así, cual zorrita incluida en el regalo de cumpleaños que la tarta y los globos anuncian; he llorado al cortar mi hermosa melena y al ponerme esta ropa negra y minúscula, para atraer miradas e intenciones sobre mi piel joven y deseable. Son francamente incómodos los zapatos que elevan mi talla hasta casi convertirme en gigante, pero con las medias a media pierna consiguen, creo yo, un efecto ridículamente atrevido.

Para atravesar la calle sin que a última hora un intenso pudor me hiciera renunciar al plan, he debido cerrar los ojos y correr; correr torpemente como una zancuda, hasta que a la entrada del metro me han entregado el pastel. Por fin aquí estoy, sentada, esperando que llegue el momento, intentando que nada lo enturbie ni lo trunque.

No hay demasiada gente a estas horas en el vagón, por eso soy muy visible y me observan casi todos: abiertamente o con miradas de soslayo en este país en el que nada resulta escandaloso, al menos no una chica semidesnuda. Delante de mí alguien finge leer el periódico, pero siento su respiración entrecortada. A mi izquierda, Mohamed controla el escenario y establece una barrera, mientras sus ojos entreabiertos parecen dormitar. 
Con una mochila o un bolso me habrían impedido el acceso en cualquiera de los controles, pero a nadie se le ha ocurrido sospechar de la putita. Hasta ayer, con chilaba y velada la cabeza, me he sentido despreciada por algunas gentes  de esta tierra. Hoy voy a inmolar mi pudor y mi vida, exhibiendo el cuerpo y llevando la tarta bomba que estallará en tres minutos, por la Yihad.
Lo peor ya ha pasado, me relajo en el asiento y espero el martirio. ¡ Allah es grande!

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Bibliografía: "Nieve" de Orhan Pamuk - Premio Nóbel de literatura de 2006
                    "El atentado" , de Yasmina Khadra.            
                    "Terrorista", de John Updike.

sábado, 21 de mayo de 2011

UN ATAQUE DE NERVIOS


El Grito. E. Munch

Soy psiquiatra y me dedico a escuchar y aliviar el sufrimiento psicológico de mis pacientes. Oigo con gran atención y calma sus demandas y habitualmente con mi “ars medica” consigo muy buenos resultados.

A pesar de la fama de raros que tenemos los de este oficio, mis años de psicoanálisis me han ayudado a conseguir un aceptable equilibrio personal. Solo una manía se empeña en no desaparecer y la he dejado por imposible: detesto planchar. Vamos que el asunto de estirar y plegar el brazo agarrando el asa del hierro caliente para alisar la tela, puede llegar a sacarme de mis casillas. Por eso rara vez llevo camisa: en invierno uso jerseys y en verano abuso de los polos y camisetas de algodón. Así voy tirando sin tener que sufrir ese antipático electrodoméstico.

Me gusta mi trabajo y presto enorme atención, no sólo a lo me cuentan con palabras las personas que en mi confían, sino también a lo que dicen sus miradas, gestos, movimientos, actitudes e incluso sus silencios.

El paciente que vino a verme esta mañana de manera urgente estaba muy enfadado, no hacía falta ser un lince para verlo: Sus ojos brillantes de ira, su boca fruncida en una mueca de rabia, la amplitud y fuerza de sus pisadas que tronaban al chocar con la madera del suelo y una inclinación de la cabeza -barbilla elevada-, que le impedía mirar de frente a su interlocutor, o sea a mí, eran signos indiscutibles de su estado de ánimo.

Después de tomar asiento al otro lado de la mesa, permaneció en silencio unos minutos durante los cuales su respiración nasal, lenta y profunda semejante a un dragón echando humo, era el único sonido del lugar. Tardó en fijar sus ojos en mí. Cuando lo hizo, y antes de que me diera tiempo a pedirle explicaciones sobre la causa de su más que evidente enojo, estalló en una inesperada y sonora carcajada que me dejó boquiabierto.

No tuve necesidad de preguntar nada, mi gesto de sorpresa y mi mirada inquisidora eran tan elocuentes que provocaron su respuesta inmediata:
-Ay doctor, no me puedo creer lo que estoy viendo –logré entender que decía sin parar de reírse convulsamente, tanto con la cara como con el resto de su anatomía -es para partirse. Déjeme que le cuente. Esta mañana, al ponerme la camisa me di cuenta de que estaba mal planchada y me sentó muy mal. No quise reñir a mi esposa por su fallo y contuve la ira, pero me dio tanta rabia que a punto estuve de estallar gritando. Al borde de un ataque de nervios vine a verle, confiando en que usted me entendería y me ayudaría a calmarme, como otras veces. Pero ¡Santo Dios! ¿Ha visto su camisa?, está hecha un guiñapo. Tiene más arrugas que el tronco de un árbol viejo y usted, tan tranquilo y tan serio como siempre -Y continuó desternillándose un rato largo, mientras yo no acababa de decidir si debía acompañarle en sus risas, o mantener el tipo guardando la compostura-

En efecto, la tela blanca de algodón ecológico de mi ropa parecía un acordeón; no me fijé en ello cuando, a causa del calor, me quité la sudadera; tampoco es algo que me preocupara demasiado pero, visto lo visto y valorando los usos y gustos de la clientela tendré que ir pensando en usar ropa de tergal.
En esta ocasión he tenido suerte y mi ridícula imagen ha servido de “punto de choque” para frenar la agresividad del paciente –terapia por contraste-. Pero ¿Qué otra emoción podría haber sentido un individuo obsesionado con su aspecto, en pleno ataque de ansiedad, a la vista de mi “aparente dejadez”? Fácilmente una provocación, la espoleta necesaria para destapar conmigo su caja de los truenos a punto de estallar. Mejor no correr riesgos.
De tergal, sí, o empezar a llevar la ropa a la tintorería.

sábado, 14 de mayo de 2011

CON LAS BOTAS PUESTAS


24 de abril de 2011,  Domingo de Pascua.  En Almaraz,  como todos los años, se celebra  la fiesta de la Resurrección con la iglesia llena . Ese día se  reúnen todos: los viejos, los medianos y los jóvenes; los que pasan el año y los que viven fuera y vienen por las fiestas, los progres y los conservadores,  los de toda la vida y los nuevos. Da gusto ver la hermosura del templo. La  luz y colorido  de los cirios ilumina los trajes variopintos ya primaverales, las imágenes que salieron en las procesiones de Semana Santa y la sonrisa tranquila de los asistentes; huele a cera nueva y a flores, a colonia barata y perfume de marca, a limpio;   una sensación general de gozo impregna los sentidos.
Como casi siempre, detrás de tanto y diferente paisanaje hay un aglutinante, una persona que, independientemente de quien  gane las elecciones, de si hay que llevar velo, mantilla, sombrero o  testa descubierta, de si la práctica del catolicismo es masiva o más bien escasa, con crisis o con  estado de bienestar,  ha tenido la habilidad, la suerte y, sobre todo, la capacidad de convocatoria,  de poder colgar todos los años desde hace sesenta, el cartel de " Completo". Se trata de  D. Vicente, el cura, el mismo  que allí cantara misa en 1951  y que hoy, con casi 83 años, sigue al pie del cañón. Inasequible al desaliento, a la artrosis,  a los momentos difíciles, a la muerte de sus padres, a la pujanza anticlerical de las nuevas generaciones,   incluso a Internet  al que no ha logrado cogerle  el intríngulis.
Y es que  lleva mucho tiempo celebrando nacimientos, bodas, comuniones, defunciones…  conviviendo con sus parroquianos -los de antes y los de ahora-cuidando de ellos, compartiendo penas y alegrías , duras y  maduras, dando, escuchando, ayudando y recibiendo; en las fiestas como S. Roque, la cabalgata  de Reyes, Pascua, Navidad, bautizos, comuniones y bodas,  festejando , organizando con su eterna sonrisa; en periodos menos alegres, consolando,  trabajando, participando…
Ha hecho muchas cosas, pero más que  la cantidad es el  entusiasmo, el amor, la bondad y la entrega de cada día, lo que atrapa y hace que todos le sientan tan próximo y entrañable. Sin él quizás más de la mitad de los que hoy están aquí se habrían quedado en casa, no son estos tiempos  tan proclives como antaño a reunirse en la Iglesia  y menos para una fiesta religiosa, pero ¿ quién va a perderse este anual y afectuoso evento que, por encima de creencias y aficiones, es sobre todo un acto de amor popular?

Algunos opinan que  D. Vicente sigue igualito, que por él no pasan los años; quizás está un poco más despistado y, como quiere contarlo todo a la vez, las palabras le salen a trompicones y  a veces no se le entiende bien. Pero sigue moviéndose por todas partes, corre que te corre,  controlando detalles, cuidando bien de no olvidar nada ni a nadie, que para eso a todos los conoce y los quiere desde que nacieron. A algunos incluso desde antes.

Es además el responsable de la hoja diocesana. Su boletín mensual era recibido hasta hace poco por  más de 5000 parroquianos y parientes y,  como si tuviera el don de multiplicar el tiempo,  cada dos  o  tres años se permite el lujo de publicar un libro: relacionado con su obra  en el "apostolado de la carretera",  con el concepto de familia, con la historia del pueblo, con sus memorias personales teñidas por su vocación de servicio a la Iglesia Católica y a la Comunidad...Ya está impreso el último, “En familia”, con un amplio y profundo texto y muchas fotos  de bodas bautizos y comuniones de los últimos sesenta años. Puede que este hecho influya   en que  hoy se le note algo inquieto desde por la mañana, pues va a presentar su última obra para que  todos puedan verse o reconocer  a sus seres queridos, incluyendo  un análisis, hecho con mente clara y ausente de gazmoñería, sobre de los problemas de las familias actuales; problemas que  conoce de cerca porque conoce la sociedad en la que se mueve. Por la tarde también está prevista la procesión de la Virgen del Rocamador, cuya tradición, que había sido poco a poco olvidada,  él mismo se encargó de recuperar. 

El obispo le ha hablado  de retirarse, cuando menos bajar el ritmo, pero él se enfada o se hace el tonto ante la más mínima insinuación.  Es verdad que desde hace una temporada en ocasiones se marea  (le están mirando los médicos  y no parece tener nada grave ) y alguna que otra vez acaba con un buen revolcón  que hasta ahora nunca ha pasado de rasguños y moratones sin importancia -como el último verano, cuando incluso se rompió las gafas- . Pero dejar la parroquia  por  unos mareillos de nada,  con todo lo que lo que tiene  que hacer... No, no mientras haya ganas y fuerzas.

Por eso a nadie le llama la atención que,  terminada  la misa, se retrase. No acaba de salir incluso a sabiendas de que le estan esperando  para ir a comer:

 -Este hombre, ¿dónde se habrá metido?, ¿es que no tiene concepto del tiempo? D. Vicenteeeee -gritan algunos- que le estamos esperando.
Una feligresa entra a la iglesia a recoger un objeto que le había prestado para la  celebración y, al ver que aún  permanecen encendidas algunas de las velas de detrás del altar mayor, se acercar hasta allí. Lo encuentra tendido  en el suelo, muy agitado, con la cabeza apoyada en una mancha de sangre y una gran una herida, limpia y rectilínea, en  el cuero cabelludo. Probablemente un tropezón, quizás otro mareo, le ha hecho caer y golpearse con el bordillo granitico de la base que sustenta el Ara. Tiene la  mirada fija, perdida en el infinito y no reconoce  a nadie; su única respuesta a lo que le preguntan es: “levántate”, dicho de forma imperiosa, como si estuviera dando una orden.
En volandas lo sacan a toda prisa  y, acompañado por varias decenas  de personas, es llevado al ambulatorio donde, confirmada la gravedad,  deciden trasladarlo en ambulancia al cercano hospital comarcal.
Su sobrina  está de guardia  en el mismo y es avisada de la caída por uno de los primos. Cuando cuelga el teléfono piensa instintivamente: “Otra vez como este verano, espero que sea poca cosa pero… Un día nos da un susto” -sin ser consciente en  estos momentos lo que de premonitorio tiene   su  reflexión-. Mientras ayuda a quitarle la ropa y le besa y palmotea  intentando que se despierte, aún consigue que salga de sus labios algún “SantaMaríaMadredeDios” y el grito monótono y brusco de “levántate”,  como Jesús a Lázaro.   Solo que esta vez nadie se levanta, nadie anda; su orden a sí mismo obligándose a seguir,  no tiene respuesta. Ella misma le acompaña a realizar el  escáner y al ver los  resultados sus esperanzas se desvanecen: las lesiones son tan graves que los más negros augurios pueblan su mente y  gruesas lágrimas, que intenta ocultar, ruedan mansamente por sus mejillas, mezcla de dolor y de agradecimiento a quien tanto debe, a quien tanto quiere.

Veinte días ha estado D. Vicente en el Hospital General luchando por quedarse entre nosotros, pero ayer, día de la Virgen de Fátima, se fue con ella al cielo. A buen seguro que  seguirá corre que te corre, pendiente de todo y de todos, como siempre.

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Señor obispo, ¿dejar la parroquia?. No mientras me queden ganas  y fuerzas”. 

Al final se salió con la suya y consiguió como los héroes: “MORIR CON LAS BOTAS PUESTAS ".

D. Vicente Hernández, le echaremos de menos. Mucho. Bastante. Seguirá vivo en el recuerdo de muchas generaciones y el germen de bondad, amor, entrega, generosidad y entusiasmo que sembró entre los que hoy le lloramos, habrá de dar sus frutos.

jueves, 12 de mayo de 2011

EN CASA DEL HERRERO...

Imagen: cpgdiseno.cl

Hace casi un par de años que no veo a Adela, mi prima del alma. Ella sigue en la aldea donde nacimos mientras que yo salí para estudiar psicopedagogía; actualmente trabajo en la capital como educadora de educadores, experta en “salud reproductiva para escolares”.

Tenemos la misma edad y de jóvenes manteníamos una amistad más allá de las convenciones: juntas reíamos, llorábamos, jugábamos, hablábamos, y hasta nos leíamos el diario. Compartíamos el proyecto de salir del pueblo para ir a la Universidad, pero Adela tuvo que quedarse pues cayó embarazada poco antes de terminar el COU. Aunque no se casó, dedicó su vida y sacrificó sus proyectos para educar y criar a su hija, Lucía, que ahora tiene trece años. Nunca hemos perdido el contacto; con llamadas y visitas nos hemos tenido al tanto de nuestras vidas, contándonos lo hermosa que se iba poniendo su niña o anécdotas de mi vida de estudiante entonces, o  de mis progresos profesionales más adelante.

Mi prima, siempre espléndida y cariñosa, nunca ha tenido muy en cuenta mis aires de señoritinga progre y repulida. La chiquilla, mi única sobrina, ha sido objeto de los mimos, achuchones y obsequios destinados a los hijos que no he tenido.

Los dos últimos años, debido principalmente a mi dedicación al trabajo, no hemos podido  estar juntas y ahora intento recuperar el tiempo perdido invitándolas a pasar estas vacaciones de Pascua en mi casa. Mientras preparo sus habitaciones, lleno la nevera, y repaso mentalmente a donde les voy a llevar, evoco la imagen de la última vez que nos vimos: Adela conservaba su gran belleza aunque no podía ocultar su aspecto pueblerino; nada que no pudieran arreglar un buen peluquero y un estilista adecuado. La niña, muy mona. Con rasgos infantiles, alta, morenita, timidilla, y con una cara en la que destacaban unos expectantes ojos verdes. Debe de estar cambiada después de tanto tiempo.

Ya están aquí ¡qué emoción! Nos abrazamos estrechamente –la sensación de que últimamente las tengo un poquito abandonadas ensombrece un poco la alegría del reencuentro- , nos reímos, comentamos lo bien que nos vemos, lo grande que está Lucía, la felicidad de estrecharnos de nuevo…

Así hemos seguido un rato, entre cariños, recuerdos, admiraciones y buenos pronósticos. A mi prima la encuentro desmejoradilla, tiene poco más de treinta años y aparenta cuarenta; debe trabajar muchísimo y no ser especialmente feliz. En cuanto a la niña es una hermosa mujer que pasaría por mayor de edad: el cuerpo bien proporcionado con unas piernas interminables, la piel bronceada de aspecto terso y sano y los mismos ojos verdes que sonreían de pequeña, aunque ahora un poco más amorfos. Estos rasgos físicos bellos por sí mismos,  son exageradamente destacados por su indumentaria. Decir que va llamativa resulta muy simple para describir la melena multicolor, la  falda ultracorta y bien ceñida, el top opresivo de generoso escote y la abundante ornamentación de bisutería y maquillaje -como su madre, bastante necesitada de peluquero y estilista- . Su mirada bovina, sonrisa inerte y vocabulario escaso y reiterativo, están más de acuerdo con su verdadera edad y probablemente con sus aficiones, su parco amor por el estudio, su educación, sus amigos o la calidad de sus lecturas. Mientras la observo y, antes de lanzar mi batería de preguntas de "pedagoga redicha", le descubro una mancha morada a la altura del cuello. Con sumo cuidado y discreción advierto que la manchita es un chupetón, varios chupetones reunidos, ejecutados con entusiasmo; una buena despedida de alguien que, a buen seguro, quería retenerla a su lado.
Este detalle era lo único que me faltaba para lanzarme a una investigación de profesional experta en “salud reproductiva para escolares”.

-¿Qué tal los estudios?, Ya estás en el Instituto ¿no? -pregunto intentando parecer tranquila.
- Sí, sí tía en el Instituto, un rollo” - contesta la niña.
-Y… ¿Cómo te va?
-Pues, regu. Me han quedado mates, soci, cono, inglés y lengua. Este año se han puesto muy exigentes.
-Es muy vaga. Me ha dicho el tutor que de tonta no tiene un pelo, lo que pasa es que no le da la gana ponerse a estudiar -apostilla la madre a modo de disculpa o explicación.
-Mamaaaa, no empieces con tu sermoncito -protesta enérgicamente y con gesto desabrido la chiquilla.
-Y de novios ¿qué tal? Porque, con lo guapa que estás, seguro que tienes más de uno -digo yo, cambiando de tema y sin olvidar el chupetón.
La niña grande, sonríe entre tímida y orgullosa, mira al suelo y susurra:
-Bueno, de eso bien. Estoy saliendo con uno. Mi madre lo sabe.
-Sí, sí tenemos mucha confianza. No soy de esas encierran a sus hijas para que un día acaben escapándose. Y ella, que me conoce bien, me lo cuenta todo –la madre recupera la sonrisa entusiasmada y orgullosa.
-¿Todo…todo? -me atrevo a insinuar.
-Bueno, lo que no me cuenta lo imagino –responde mi prima.

Siento como puja por salir la profesional que hay en mí y,  aunque intento ser prudente,  continúo con el obsesivo cuestionario. Mientras, mis ojos se desvían inconscientemente al enorme hematoma cervical -Y, ejem, bueno, con ese chico… ¿Tenéis precauciones? Ya sabes que si no andáis con cuidado… Aunque, qué cosas tengo,  eres todavía demasiado joven.

La niña, sin abrir la boca, mira hacía las tachuelas de la puntera de sus botas y sonríe pícaramente a la vez que mueve la cabeza arriba y abajo, como "el perrito piloto" que antaño decoraba la parte trasera de algunos coches.

Ante mis insinuaciones, Adela, muy en su sitio, con voz alta, firme y tajante adelanta una respuesta -Ay prima, no te preocupes por eso. En algunos asuntos estamos muy evolucionados en el pueblo y a ésta ya no le va a pasar lo que a su madre. Que haga lo que quiera que para eso está “la píldora del día después”. Bueno… si fallara, que a veces pasa, se le paga un aborto y santas pascuas.


Una conmoción automática estalla en mi cerebro al oír tan elaborado planteamiento. Con el pensamiento borrado paso largo tiempo ausente. Ellas no se han debido percatar de mi susto. Lentamente me recupero y consigo llevarlas a cenar mientras, muy culpabilizada por mi superficialidad y el abandono en que he tenido a mi prima y sobrina, empiezo a pensar que no es un asunto de peluquero y estilista. Tengo por delante mucho trabajo que hacer. No puedo consentir que una vez más se haga realidad, el clásico refrán: “En casa del herrero cuchillo de palo”.