martes, 30 de noviembre de 2010

DEPRISA, DEPRISA

 Autora del texto : Ángeles Hernández Encinas


 

Arriba, abajo, adelante, atrás. El curro, los niños, el parque, las compras, la casa, el colegio, el amante, la vida social. Deprisa, deprisa, no pares que el tiempo es finito y tú sola a todas partes tienes que llegar. No olvides sonreir, estar al día en tu profesión, no ser la más fea del barrio, el cumple de Alicia, llamar a tu tío que está con artritis, el disfraz del peque, leer la novela que te comentaron, no perder la peli de estreno, la cena de despedida, la fiesta del cole, la tarta con velas, la reunión con la profe de cono, repasar los deberes de Clara que ya está en tercero, pasar por el banco a por la tarjera, el coche ¡ay el coche!, dar parte al seguro, pagar la viñeta, llevarlo a arreglar...

Además, te cambias de casa y tienes que mirar: armarios, colchones, somieres, sofás... en las mueblerías del barrio, en Ikea y en ese almacen que acaban de abrir; buscar bien el precio, comprar.

El niño, tres años, los pies muy chiquitos, tu mano en su mano tirando del brazo, va casi en volandas; aún sigue tu ritmo -adelante, atrás, deprisa, deprisa, no puedes parar- hasta que te dice: “Mamá, ¿no puedes dar los pasos un poco más cortos y más despacito? Así mira, como un enanito". Y ves que el chiquillo, se para, se mira los pies y te muestra cómo debe ser: primero el derecho, suaaaave, tranquiiilo, levanta y avanza un poquito; después el izquierdo lo mismo, despaaaacio, sin prisas. Derecho. Uno. Izquierdo. Dos. Derecho. Uno. Izquierdo. Dos.

Por fin. Se acabó. No eres una máquina. STOP.

jueves, 25 de noviembre de 2010

FALTA DE PRUEBAS

Autora del texto: Angeles Hernandez Encinas



25 DE NOVIEMBRE: DIA UNIVERSAL CONTRA EL MALTRATO


Solo, sentado en el banquillo de los acusados, Pedro miraba hacia el suelo con los ojos ocultos tras unas gafas que le daban un aire respetable. Limpio, repeinado, zapatos relucientes, chaqueta recién estrenada, gestos comedidos, serio el semblante pero cordial, ofrecía la imagen exacta de una buena persona, de un ciudadano ejemplar.

Mientras esperaba el comienzo del juicio, Pedro iba haciendo un recorrido por su memoria, evocando los recuerdos que la situación le provocaba. Primero su juventud en Bélgica, allí vivía bien, fue una pena tener que regresar a España a causa de aquel asunto con una menor. Después Isabel, tan atractiva cuando la conoció, su ideal erótico...Ella tenía entonces 15 años pero aparentaba muchos menos: frágil, delgada, pequeña, con el pelo muy corto y la mirada ausente; por aquel entonces vivía interna en un centro de menores para ser protegida de los abusos de su padre y sus hermanos (castigada la víctima y no los criminales); deseaba tanto salir de su reclusión forzosa, que aceptó de inmediato el matrimonio que él, treinta años mayor, no dudó en proponerle. No podía faltar a la cita de su cerebro atormentado Jorge, de cinco años, hijo de ambos, al que añoraba enormemente porque no le dejaban verlo desde hacía varios meses.

La amplia sala estaba casi vacía. Togados, en un nivel superior al resto del auditorio se encontraban: “su señoría”, a la derecha del mismo el letrado defensor y a su izquierda el fiscal. Más tarde habrían de incorporarse los dos testigos periciales, psicólogo y médico. Nadie más. El principal testigo, Isabel, que denunció a su esposo Pedro por presuntos abusos de su hijo Jorge, no apareció.
.........

El juicio fue muy breve. Leída la acusación por el juez, los dos testigos respondieron a las breves cuestiones que defensor y fiscal propusieron. Para el psicólogo la presunta víctima era un niño triste y de mirada huidiza, mudo ante cualquier pregunta, del que no se podía obtener ninguna información. El sanitario habló de unas lesiones difícilmente apreciables en un lugar oculto de la piel, cuya causa exacta era imposible precisar, a pesar de que él mismo las puso en conocimiento de la autoridad judicial inducido por los comentarios de la madre, Isabel.

Isabel, maltratada por su propia familia, casada con un hombre con antecedentes de pederastia que en ella no vio a la mujer sino a la niña, era la única que podía decir el porqué de su denuncia, qué fue lo que vio, qué hechos le hicieron sospechar, qué conversaciones escuchó o qué quejas recibió de su hijo. Sin embargo no se presentó a la causa; al parecer por olvido, pero hay quien la oyó comentar que Pedro le daba mucha pena y que no quería ser responsable de que, por sus declaraciones, pudiera ser condenado.

....Epílogo....

Pedro fue absuelto sin cargos por falta de pruebas.

Isabel ha formado una nueva familia con un hombre de su edad que, al parecer,  la trata bien.


Jorge está en acogimiento familiar con personas que le dan cariño y donde, quizás, consiga recuperar la sonrisa que había perdido.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Tu tesoro, tu verdad

Entrada publicada por Jose C.


Mientras los gobiernos se baten en una lucha sin fin por el poder; somos envenenados mediante la manipulación de los alimentos, el agua y el aire, y aparentemente curados por medicamentos que en muchos casos solo pretenden hacernos dependientes de ellos; luchamos a diario para solucionar una inacabable lista de dilemas absurdos, rodeados de burocracia y de un entramado de leyes de inalcanzable comprensión, tratando de disolver nuestra angustia con auto-homenajes de naturaleza física, que nos proporcionan un interminable ciclo de efímeros alivios que van y vienen, atrapados en el circulo vicioso de crecimiento progresivo de la deuda; las religiones institucionalizadas nos disfrazan la verdad y permanecemos absorbidos por esta red de circunstancias sin aparente salida, con la ayuda de la televisión, la radio, la prensa…, vivimos una realidad implantada y limitada que nos impide ver la auténtica realidad de lo que somos, convencidos de que estamos separados de los demás y de todo lo demás.

En tu interior hay un tesoro escondido detrás de un cerco de mentiras. Eres el conductor, no un pasajero de la vida. Eres un ganador y no hay nada que no puedas lograr. Eres el futuro, eres el universo. Yo creo en ti, y creo en mí.
¡Anímate a descubrir tu tesoro!




Puede que pienses que esta idea es de locos. Si así es como piensas, no pasa nada, en realidad el tiempo es otra ilusión y siempre habrá nuevas oportunidades para desvelar la realidad, pero recuerda, como dijo Gandhi, “Tienes que ser el cambio que quieres ver en el mundo”.
Abrazos,
Jose C.

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL EXTRAÑO SUEÑO

Autora: Ángeles Hernández Encinas




A mi psicoanalista le conté este sueño que al despertar tanto me había perturbado:

-Estaba preciosa vestida de blanco con tul ilusión. La falda vaporosa de encaje de guipur y el corpiño con ballenas destacaban mi esbelta figura; del escote "palabra de honor"  emergían mi grácil cuello y mis brazos fuertes y bronceados; largos guantes de raso ocultaban mis antebrazos y, desde un tocado sencillo, descendía el largo velo que llegaba hasta el suelo. En mis manos un bouquet de prímulas blancas y en mis labios una sonrisa amplia,  traslucían la dicha de mi corazón.

Iba caminando hacía la iglesia acompañada por mis amigos y mi familia. Las hermanas de mi madre, seis cotillas siempre pendientes de mi vida sentimental, comentaban entre ellas mi hermoso porte y mi gran suerte, para alegría y orgullo de mi progenitora que estaba radiante. Dentro del templo sonaba en el órgano la marcha nupcial de Mendelssohn, mientras  yo pisaba la tupida alfombra roja con mis divinos zapatos de cristal y el aroma de las flores de azahar, primorosamente colocadas por los floristas de la plaza del Campillo, me embriagaba casi hasta extasiarme.

En el altar mayor todo estaba dispuesto para mi boda, hasta la  Inmaculada, desde el retablo, me sonreía diciéndome: "Adelante". Al fin llegué, tomé asiento y esperé serenamente a que diera comienzo la ceremonia. A mi lado no había nadie: ni novio, ni padrinos. La única contrayente era yo. Yo sola. Me iba a casar con nadie y me parecía la situación más maravillosa y normal del mundo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

DEMASIADO TARDE

Escrito por Ángeles Hernández Encinas.

Crédito de imagen : Ángeles Hernández
A los cuarenta y dos años, cuando hacía más de diez que había superado definitivamente la cruel adición al polvo blanco, Ton conoció a Marisa. Antes de este encuentro él vivía espléndidamente sin trabajar gracias a las cuantiosas rentas del negocio familiar. Aficionado a la montaña -llegó a subir un 5000 en el Tibet-, gran melómano -abonado a todos los conciertos de su región-, amante de la lectura y practicante del dandismo entendido como una forma de ver la vida a través de la óptica del lujo elegante y distinguido, había conseguido llegar a tener agradablemente ocupado el tiempo que antaño dedicara a la contemplación de la nada química que mata.

Presumía y hasta se vanagloriaba de la soledad: compañías las imprescindibles para poder lucir su fina estampa y su erudición y para él no era un problema la salud, pues superada la adición, incluidos los recuerdos, creía borrado cualquier rastro de aquella época. A su manera era feliz, controlaba su destino, disfrutaba de sus aficiones y no carecía de nada. Tampoco de amor, porque no se echa de menos lo que nunca se ha tenido.
La conoció a los cuarenta y dos y se enamoró en un “coup de foudre”, un latigazo de emoción, que le removió hasta las entrañas. Ella le correspondió con la entrega y la ternura que siempre supo. Compartieron viajes, restaurantes de lujo, regalos, paseos por el monte, música, conversaciones, lecturas, películas, compañía, alegría y mucho amor.

Al año llegó el otro. Su nombre innombrable estaba compuesto por cuatro letras mayúsculas, las siglas más temidas del siglo. Ella intentó que se curara; él soportó cuarenta pruebas y tomó 1200 pastillas para seguir viviendo. Nada se les puso por delante y lucharon con todas sus fuerzas que eran muchas. Pero el mal ya estaba bien instalado y fue imparable. Poco a poco el humor de Ton se volvió negro, su carácter insoportable y Marisa dejó de sentir aquella emoción primera que tanto les había unido. Siguió cuidándole, medicándole, acompañándole en cada cita al hospital, pero ya no le amaba como antes. Sabía que tenía que seguir cerca para ayudarle en su proceso, pero el último día del milenio le comunicó su decisión de romper. Él no se lo dijo a nadie, nunca llegó a creerlo del todo; tampoco insistió, ni presionó, ni evocó sus dolores para evitar que su amada se alejara.

Siguieron visitando juntos a quien ponía toda la ciencia del momento para curarle hasta que siete meses después ocurrió lo inevitable. Tras un proceso de 32 días en los que ella no se separó de su lado, hubo que llamar a los padres de Ton porque el final estaba muy próximo. Expiró en los brazos de la única mujer a la que había amado y con la que había vivido unos meses de felicidad. Papá y mamá llegaron a última hora repartiendo billetes entre el personal de la 7ª planta.

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Han pasado nueve años y la vida sigue. Marisa lo evoca emocionada y con pena; aún piensa a veces que, si hubiera intuido que el fin estaba tan próximo, quizás no habría roto la relación de pareja el 31 de diciembre de 1999. Hoy su recuerdo la ayuda a reconciliarse consigo misma.



martes, 9 de noviembre de 2010

El Gran Juego

Entrada publicada por Jose C.

Oscuridad y luz, frío y calor, yin y yang, odio y amor, negativo y positivo... y entre medias la confusión y el libre albedrío. ¡Complicado paradigma! Es el Gran Juego de la Vida, en el que no hay vencedores ni vencidos. Solo el que lo descubre encuentra el premio; el auto-conocimiento de la mano de todos, del Todo. Igual que en un juego de ordenador, no conoces los entresijos, pero conforme los descubres, subes de nivel. Ahora toca cambiar de pantalla y afrontar nuevos retos.

Juega y disfruta, sean cuales sean tus cartas.

Y no te olvides, sonríe y se feliz.



Saludos,

Jose C.


contador

sábado, 6 de noviembre de 2010

PARA NOVELAR



Entrada de Mercedes Pinto


Partiendo de la base de que un novelista, insisto, novelista, ha de afrontar su obra sobre dos pilares fundamentales: comunicar una idea o sentimiento utilizando la imaginación (“tener algo que contar”) y que se le entienda (“contarlo bien”), creo que los recursos, “trucos” y el estilo que utilice son perfectamente válidos (siempre que no sea un atraco a las normas mínimas del lenguaje; se me ocurre algún académico que confunde "ambos" con "sendos", o que plaga sus textos de laísmos sin ruborizarse, o que..., bueno, esto es otra historia). Bajo mi punto de vista, el problema de novelar surge cuando una de estas dos premisas, y a veces las dos, falla, por muy buena que sea la sintaxis o por más rebuscado y rico que luzca el lenguaje. Quiero decir que, por ejemplo, una metáfora es válida, o cien, o mil, si se quiere; pero si sólo consigue confundir al leedor no habrá cumplido su misión: comunicar. Me parece una descortesía hacia el lector llenar los textos de laberintos, tropos y anacolutos con la sola intención del lucimiento del autor, dando por hecho que aquel debe devanarse los sesos para entenderlo. Como también es muy desconsiderado omitir datos a posta esperando que el leyendo los sobreentienda, escudándose en la frase "este es mi estilo". No, nada de eso. La comunicación clara y fluida debe estar implícita en el estilo, por muy particular que sea ésta. Todos conocemos autores cuyos estilos distan océanos entre sí, y sin embargo tienen en común que poseen la capacidad de levantar una realidad paralela ante el lector con tal relieve que éste se pasea por las páginas de sus obras como el propio protagonista. Por ejemplo, ¿qué tienen en común Jane Austen y Delibes?, ¿hay alguna similitud entre “Orgullo y prejuicio” y “Las ratas”? Está claro, sí que la hay: se entiende todo.



No podemos olvidar que escribir tiene mucho de intuición; el escritor ha de tener la sagacidad mental suficiente (y si no la tiene debe desarrollarla) como para saber qué datos puede guardarse, porque no aportan nada a la economía de la novela, y cuáles son imprescindibles para que el ilusionado lector (que se ha desplazado a la librería, ha buscado entre miles de títulos, ha pagado y ha robado parte de su valioso tiempo para ponerse frente a la obra) fluya y disfrute durante la lectura sin sobresaltos y sin acumular tantas dudas que le resulte imposible captar el argumento. Por ello los escritores hemos de ser lo más honestos posible con nosotros mismos y con los lectores, y no aventurarnos nunca con obras que no somos capaces de abordar. Hace tiempo leí algo que me parece una frase que debería estar grabada a fuego en el escritor, decía más o menos esto: “Una novela que hable de extraterrestres súper inteligentes puede ser una obra extraordinaria, el problema es cuando el autor es más tonto que los extraterrestres”. También podríamos darle la vuelta a la frase: “Una novela sobre seres con una inteligencia inferior a la nuestra puede ser magnífica, el problema es cuando el autor es más “listo” que dichos seres, por ejemplo, incapaz de ponerse en lugar de un niño”. Como digo, para escribir, hay que conocer la lengua, conocerse a sí mismo y tener mucha intuición. La imaginación y la perseverancia se le suponen al autor, naturalmente.

Pues eso, después de lo dicho, espero que comprendáis que he decidido ausentarme de mi casa y de las vuestras durante un par de meses. No tengo más remedio, si quiero centrarme en la novela que me traigo entre manos, necesito algo de tiempo y tranquilidad. Pero os dejo en buena compañía, ya sabéis que tanto Ángeles como Jose C. realizan su tarea magníficamente y seguro que os darán muy buenos ratos de lectura.
No me olvidéis, regresaré el año que viene, después de Reyes, os lo prometo. Mientras tanto os recordaré y, aunque no os comente, estaré pendiente de vuestros espacios.
Un fortísimo abrazo a todos y hasta la vuelta.


martes, 2 de noviembre de 2010

EL MARQUÉS DEL AIRE


Escrito por Ángeles Hernández Encinas

Manuel Ercina, Marqués del Aire.

"Marqués" por el porte gallardo y el donaire de su estampa, por la fuerte complexión de su armadura que le otorgaba una especie de superioridad física, por el espléndido estilo con que llevaba la ropa de diario y de domingo, por la generosidad y nobleza con que obsequiaba a todos, por el trato cordial de su trato, por el dominio del arte del ordeno y mando, por las maneras de señorito reflejadas en sus formas delicadas y sin amaneramiento o por el garbo que lucía montando a caballo, por la gracia que exhibía en fiestas locales y saraos donde se explayaba por tarantos y bulerías. Nadie diría que procedía de una humilde familia rural y que sólo fue a la escuela hasta los ocho años.

"Del Aire" por la vacuidad del título nobiliario, que no procedía de herencia ni mayorazgo, sino del decir de sus paisanos que de esta forma le habían apodado. Las tierras que trabajaba no eran suyas sino de un marqués de verdad que se las tenía en arriendo: secano del sur que bien faenado,  daba para vivir sin apreturas.

Fue alcalde durante un breve periodo de la Guerra Civil. El día que le pidieron que denunciara a los vecinos del otro lado, arrojó el bastón de mando  enojado y tembloroso. Cuando, ciego de rabia y dolor, gritó: “yo soy alcalde de todos, no sólo de unos pocos”, sabía que se jugaba el pellejo.

Se casó con una hija de su pueblo que murió de sobreparto llevándose consigo a la criatura. Junto a sus dos seres queridos perdió el ajuar que la novia aportó al matrimonio pero guardó con esmero el reloj de oro fino que  él le regalara el día de la pedida,  único testigo de su corta vida de casado.

Viudo estuvo un par de años, joven, apagado, solo… La tristeza le invadió y, con semejante compañía, estuvo a punto de perder las cualidades que le habían hecho merecedor del airoso marquesado. Su madre, que con él vivía, también viuda desde tiempo inmemorial, hizo lo imposible por ayudarle a pasar por tan duros momentos, pero pronto vio que, con sus únicas fuerzas, poco o nada conseguiría. Desesperada, recurrió a su hija  casada con el maestro de Pasarón de la Ribera, aldea de la sierra. Este agradable lugar por el que el agua corría con murmullo suave y constante, tenía fama por su frondosa vegetación, su prolífica huerta, sus variados frutales y sus lugareñas bellas y hacendosas. Pensando en Manuel, su cuñado había de encargarse de buscarle una moza  casadera, que la mancha de una mora con otra verde se quita y la elegida fue María, rica heredera, no demasiado hermosa pero de pedigrí impecable.

El casi extinto Marqués del Aire, más por agradar a su madre que por gusto, acabó yendo a visitar a sus hermanos y ver si la moza merecía la pena. Sin embargo, a la entrada del pueblo, Rosario, rubia como el sol y con una mirada azul que traspasaba el corazón, le sonrió. Manuel de repente sintió que la sangre de nuevo corría por sus venas y no le cupo la más mínima duda de que  deseaba, más que nada en el mundo, que esa desconocida fuera su esposa. A partir de ese momento hubo que actuar con hombría: por una parte pedir disculpas a la candidata del maestro y por otra hablar con la familia de la venus rubia, labradores humildes que, con pena por que la hija partiera, aceptaban, siempre que la joven que ya contaba 18 años, no pusiera reparos. La labia de Manuel y su atractivo personal hicieron todo lo demás.

Se casaron a las pocas semanas en una ceremonia sencilla y con pocos invitados que ,siguiendo la tradición del lugar, segundas nupcias requieren discreción y poco jolgorio. Con su estilo grandilocuente Manuel celebró tanta felicidad de una manera particular: cabalgando su mejor jaca, con Rosario sentada tras él abrazada a la cintura y ataviada con un hermoso mantón de Manila, hizo entrada en su pueblo natal un domingo a mediodía a la salida de misa mayor. Primero al paso y luego al trote, recorrieron el camino que les llevaba a casa exhibiendo  orgullo y dicha. A su paso el murmullo inicial se iba mutando en silencio, de envidia o de admiración que tanto da.

Quiso él regalarle, con su mejor voluntad, el reloj de oro que celosamente guardaba para la dueña de su corazón, pero ella, siempre humilde y callada, lo rechazó con firmeza y dignidad. La excusa: “Mira mujer que es de oro” que dio su marido no fue suficiente. Rosario no quiso saber nada de un objeto comprado para otra mujer.