domingo, 24 de abril de 2011

EL FILÓSOFO



Aquella Semana Santa, en los cursos para jóvenes de la parroquia, quedaste prendado de mi desparpajo para cuestionar, de mi constante sonrisa y, ¿por qué no decirlo?, de mi hermosura rural, lozana y joven. Yo tenía 15 años y estaba en el instituto del pueblo, tú 21 y estudiabas filosofía pura en Madrid. Eras considerado un excéntrico que citaba a Kant y a Heidelberg y tus amigos no perdían la ocasión de mofarse de ti ( y esos, ¿en qué grupo cantan?) que, sin inmutarte, seguías a lo tuyo.

Abusando de la simpatía que me demostrabas, te pedí que realizaras para mí la lectura crítica del libro "¿Qué es filosofía?" de Ortega y Gasset, que tenía que presentar en la asignatura correspondiente. Tú, encantado y generoso, realizaste el ensayo que yo entregué al profesor con mi nombre. Al final del trabajo mecanografiado, colocaste una cuartilla manuscrita con un poema de amor del que únicamente recuerdo el título: "Tan sólo quince años".

Me dio tanta vergüenza que empecé a rechazarte. Durante el verano me buscaste, me llamaste y yo no sabía cómo eludirte. Te vi por última vez hace treinta y seis años.

Este último invierno, un famoso y controvertido filósofo de la ciudad donde vivo tan lejana de nuestra tierra, al saber el nombre de mi pueblo natal me preguntó si te conocía. Te citó como eminente profesor de Filosofía de la Universidad de Madrid, prestigioso y renombrado. Me faltó tiempo para leer un par de artículos tuyos y localizar tu e-mail.

Con la ilusión emocionada que produce encontrar a alguien de tan lejano y dulce recuerdo, me disponía a ponerme en contacto contigo por ver si te acordabas del libro de Ortega, del cursillo, del poema, de mí ... cuando sin saber cómo, me topé en la prensa nacional con esta necrológica: "A. J., Profesor de filosofía de la Universidad de Madrid, falleció súbitamente a los 58 años a causa de un ataque cardiaco, mientras se encontraba de vacaciones con su esposa en la montaña. Fue conducido al hospital de la capital en el helicóptero de rescate, pero los intentos de reanimación resultaron infructuosos. Qdep".

A.J. ¡Eras tú!, –camino que no quise recorrer, cerrado definitivamente apenas reencontrada, vislumbrada, una nueva puerta de entrada-. Me quedé paralizada y, con el vacío que se siente al ver partir definitivamente un último e inesperado tren, cerré el ordenador mientras evocaba, muy vagamente, la imagen de un joven moreno, barbado, con gafas redondas y trenca azul marino.

Por Ángeles Hernández Encinas.

viernes, 15 de abril de 2011

RETRATO, UN VIAJE

De Ángeles Hernández Encinas


Imagen de la Sierra de Gredos desde mi ventana.


Acabo de llegar a Asturias, después de una prolongada ausencia, tras un viaje de quinientos kilómetros por la Ruta de la Plata.  En menos de cinco horas, cual gigante con botas de siete leguas, he recorrido la vía que, a buen seguro, a las tropas romanas les llevaba caminar más de un mes. Casi en un abrir y cerrar de ojos he pasado desde la tierra extremeña, en los aledaños del Tajo -donde el puente de Almaraz de época imperial y famoso en la contienda con los franceses en 1808- hasta la brumosa humedad asturiana. El recorrido ha sido intenso, mi personal Odisea: sola con mi coche, mis paisajes y mis pensamientos, no soy la misma persona que salió de Oviedo hace unos meses.

He pasado una temporada  en la casa donde viví mis primeros diecisiete años, de donde salí hace cuarenta para, casi, no volver. El regreso al Norte lo hago conduciendo, tranquila, mientras evoco mi infancia. "Infancia"... ésa es la palabra, la que ha traído a mi cabeza y a mis labios un poema de Antonio Machado musicado por Serrat: "Retrato", que se estrenó como canción en aquellos tiempos que nos marcaron a mí y a mi generación:

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero,
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla,
mi historia, algunos casos que recordar no quiero”.

Y canturreando este son  mientras voy "haciendo el camino", me cuento a mí misma experiencias, de antes, de ahora...

“Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía”.

Reactualizo a la niña y a la adolescente que se crió en un hogar donde compartía con hermanos y padres atenciones, cariños y alguna que otra regañina. Esta vez han cambiado los papeles: la que fue cuidada se ha hecho cuidadora y los antaño responsables de poner orden, disciplina y calor, han vuelto a la infancia; ahora se dejan mimar, cuidar, casi acunar, e incluso reñir.

Durante los primeros minutos de este retorno disfruto con las dehesas de secano pobladas de encinas verdinegras que empiezan a florecer tímidamente. Preceden en mi periplo a la Vega del Tietar vacía -el tabaco todavía sin sembrar- y muy distinta del paisaje que, a finales de agosto, configurarán sus hojas gigantes, más grandes que un hombre. La sierra de Gredos, estos días nevada de nieve,  es mi horizonte permanente casi hasta llegar a Plasencia, donde salta el río Jerte antes de irse a recorrer el Valle que, como Gredos, está también nevado; no de nieve,  de flores de cerezo.


Más allá de Aldeanueva del Camino, desde donde se divisa magnífico y marítimo el Pantano de Gabriel y Galán, dejo al Este la villa de Hervás, tierra de judíos donde aún se conservan vestigios de su estancia. Abandono Extremadura en Baños de Montemayor, límite con la provincia de Salamanca. Mientras accedo a la Meseta a través de la sierra de Béjar y el Puerto de Vallejera, otros son los colores que disfruto. Con la nueva carretera la vista de “la ciudad de los buenos paños” gana en perspectiva ofreciendo a los ojos una recinto amurallado con castillo de piedra , incrustado en un bosque de helechos y acacias. El olfato se estimula a los pocos kilómetros por los aromas de Guijuelo; chacina y pitanza, cotidiano en casa pues mi padre, oriundo de estas tierras, puso un negocio de industria porcina y en la troje secábamos los jamones, lomos y chorizo que luego habrían de venderse en el mercado. El coche se embala en esta nueva manera de viajar sobre el asfalto; Casi no tengo tiempo de saborear el grato recuerdo, cuando a lo lejos se empieza a divisar la torre más alta de la catedral nueva de Salamanca; junto con el resto del templo se ve reflejada en el Tormes, ondulada la de abajo y desdibujado el perfil, la de arriba.

“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido,
ya conocéis mi torpe aliño indumentario,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ella puedan tener de hospitalario”.

En esta ciudad estudié, en ella conocí el amor y me casé . He paseado tantas veces esta orilla y la otra, y la Plaza Mayor más hermosa del mundo, y el anfiteatro de la facultad de Medicina, y la Plaza de las Ánimas con la escultura de D. Miguel de Unámuno, y la iglesia de la Purísima, y el Patio de Escuelas, y S. Esteban y...que tengo que parar unos minutos para absorber tanto sentimiento. Pero no es mi destino la ciudad blanca de los carboneritos, he de continuar la ruta siguiendo por la "Tierra del pan" ya en la provincia de Zamora, donde un río más profundo, más grande y no sé si más hermoso, el Duero, “Durius”, me vuelve a recordar a D. Antonio

“Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”,


Tan buena y tan sin doctrina... mas  no es el momento de restañar cicatrices  y aprovecho para admirar de soslayo  Zamora, donde  hay un bello y acogedor parador de Turismo en la plaza de Viriato y tanta historia en sus calles, que he hacer un esfuerzo para continuar avanzando hacia el norte, hacia Benavente y Leon. Los pueblos que atravieso están en la carretera general, semivacíos, con casas de planta baja, iglesia en el alto y anuncios rudimentarios: “Se vende queso”. Algo más adelante recupero la autopista que viene de Madrid y en un plis plas tengo frente a mí "la cordillera". La grande, la antigua, la que hay que descender para abandonar la meseta; antaño por el maravilloso pero difícil Puerto de Pajares y las minas de Santa Lucía y la Roda,  hogaño, por la autopista del Huerna, túnel va, túnel viene, sosegada la vista por el embalse del Río Luna encajonado entre las crestas puntiagudas que recorren las laderas de la montaña. Como casi siempre, a la entrada del túnel del Negrón -de cinco Kilómetros de longitud-, mientras un sol radiante me acaricia la mejilla, temo la otra boca. En efecto, me espera a la salida la niebla, densa, moviéndose a ras de suelo e impidiéndome ver los precipicios que, ora a la izquierda, ora a la derecha, conforman este espléndido y fantasmagórico panorama. Comienza la humedad, pierdo el azul del firmamento y lo cambio por el verde permanente, verde intenso, verde arriba y abajo, de bosque salvaje de hayas y castaños. En Riaño han rehabilitado un antiguo balneario que acoge al visitante con humildad y eficiencia. Pola de Lena, una de las siete Polas del Principado, es atravesada por un río caudaloso, estrecho y oscuro, el Lena ¿cuál si no? Poco a poco me voy acercando a mi destino, pasando por Mieres. El río Caudal que lo bordea siempre me ha recordado el Nacimiento que hacíamos en Navidad, con sus casitas  y las luces distantes que le dan un aire tierno y casero.

Antes de entrar en Oviedo, mi utilitario que ya conoce la ruta, enfila la salida de ”la Espina” para llevarme hasta “Las Caldas”, pueblecito coqueto y encantador al que da nombre el decimonónico balneario recientemente restaurado, con un lujo quizás excesivo, pero muy atractivo para viajantes y autoridades. Visita también Las Caldas el río Nalón, caudaloso, salmonero, saltarín, arrastrando los residuos de carbonilla que ha ido recogiendo en la cuenca minera y que darán un color grisáceo a las playas de S. Juán de la Arena donde, en la lengua de Océano que aquí llaman Mar Cantábrico, ha de desembocar. El Nalón, en este segmento de su recorrido, fue a su vez ocupado hace más de 5000 años, por hombres del paleolítico que encontraron en la zona un microclima donde disponer de cuevas naturales, caza, pesca y agua en abundancia.

Fin del viaje, he llegado a mi destino. Mañana terminaré esta ruta llamada "de la Plata" en Gijón, la Villa de Jovellanos, donde muy cerca del Mar, cada día, desde hace veinticinco años, me gano el sustento con mi palabra y mis conocimientos.

“Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

Mi viaje de varios meses, cinco horas, una vida entera, no me ha dejado insensible. He salido inquieta y agitada a cumplir una misión que el destino, abruptamente y por sorpresa, me ha encomendado y he regresado reposada, reflexiva, sabiendo que he de seguir resistiendo y viajando, -el pensamiento es estar siempre de paso- que he de volver a atravesar los ríos  que siempre llegan a un mar (Tajo, Tietar, Jerte, Tormes, Duero, Luna, Lena, Caudal, Nalón, Cantábrico) ; casi toda la península, de Norte a Sur y de Sur a Norte, desde el secano más austero a los bosques más frondosos, treinta o trescientos años de vivencias que conforman mis recuerdos para ,algún día  terminar, quién sabe si en el mar o en otro lugar, sola como nací y a ser posible con las mochila vacía.

” Y cuando llegue el día del último viaje, e
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.