LA ETERNIDAD EXISTE, YO HE SIDO ETERNA POR UN MOMENTO

Antes de pisar el último escalón ya sentí que mis arterias palpitaban a un ritmo diferente, que a pesar de mi aún inconsciencia del porqué, seguían una melodía maestra, perfectamente hilada… sentida, estremecedora. Salíamos del sótano del parking cuando supe que quien fuera que fuese hacía algo grande en la superficie. No esperaba tan grata sorpresa aquella tarde que sólo prometía un tranquilo paseo navideño. Eran tres chicos, que acababan de dejar como mucho los veinticinco, los causantes de mi estremecimiento. Uno tocaba la batería, otro la guitarra eléctrica y otro cantaba; ¡Santo cielo, cómo cantaba! Jamás se vio más bella aquella amplia plaza que en ese glorioso transito del atardecer del día treinta de diciembre del agonizante dos mil nueve. Tenía la voz algo rota, pero en su justo momento, ¡resulta tan imposible que la naturaleza tenga un error afortunado en el tiempo y el espacio perfectos¡ Con las piernas trémulas de la emoción y las tripas encogidas de placenteros calambres, di, casi a tientas, los pasos necesarios para ponerme en primera fila y… Me sentí descarnada y maravillosamente viva. ¿Sabéis de ese momento en el que de repente todos los misterios de la vida te son revelados, o, mejor dicho, descubres que la respuesta está en no preguntarse? Pues eso. ¿Cómo es posible que en el azaroso orden del firmamento ocurran hechos tan perfectos? Comprendes que sólo suceden porque es infinito, y entonces todas las respuestas te son reveladas: sólo cabe la hermosura en lo inmenso. Y te das cuenta de que, aunque nuestras vísceras serán podredumbre, nuestro espíritu es tan extraordinario como el espacio estelar, y ahí anida. ¡Qué bien sonó “Billie Jean” ese anochecer! ¡Ay!, la eternidad; no preguntes más si existe, estaba allí. Pero os lo advierto, casi, casi duele tanto gozo. ¿Estáis preparados?, ¿o tenéis miedo?




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